Cosas que hacer cuando se tiene tiempo (1 de 2)
Las personas dedicamos un alto porcentaje de nuestro tiempo a realizar trabajos de carácter productivo, algo que se traduce de un modo más perceptible al subrayar sobre el calendario el tiempo así dispuesto durante el desarrollo de los meses que componen el año. Vemos que la mayor parte del tiempo nos lo pasamos currando; pero como todo mal finaliza, durante el transcurso de la estación veraniega seleccionamos (o nos designan) un período de tiempo para poder dejar de realizar estas labores y emplear dicho tiempo en otras actividades.
Dicho transcurso llamado vacacional supone un abandono del negocio o sea del tiempo no dedicado al ocio para atender nuestras particulares necesidades (sean estas destinadas al relax, al orden, al estudio o al bricolaje). Tal espacio de tiempo, sobradamente deseado y/o necesitado, permite que el orden que se nos ha impuesto desde afuera se desarrolle ahora a nuestro antojo; hora de despertar, de comer, costumbres y vicios se habitúan entonces, durante esos días que son segundos, a nuestro propio gusto o placer. Salvado el caso de que usted trabaje bajo el régimen autónomo, en donde cada cual aguanta su vela y no existe espacio para la compasión ni el despiste, las cosas serán más o menos como se las voy dibujando.
El primer impulso para llenar este tiempo libre es el de hacer aquello que no se puede desempeñar durante el resto del tiempo. Y aquí llegamos a un estadio en el que cada cual es diferente (por derecho y afortunadamente), donde para gustos los colores que se dice. Un brote de libertad e individualidad sorpresivo y placentero. Pero la ocupación de nuestro tiempo pasa por el conflictivo binomio formado por los deseos y las necesidades. Puede que deseemos viajar o puede que necesitemos viajar, que deseemos no hacer nada o que lo necesitemos, pero también es posible que tengamos, debamos, que arreglar algunos papeles o que el trastero necesite un cambio de cara, y es posible que tales tareas no se acerquen lo más mínimo a nuestros deseos. Siguiendo este argumento, en el cual cada persona dispone de tiempo para hacer lo quiera llevado por sus deseos y necesidades, podríamos incluso hacer el punky y pasar de todo ello, de nuestras circunstancias. Y esto me lleva a rememorar el artículo, siento no recordar quién lo escribió, que reflexionó con tanto acierto acerca de el ser y sus circunstancias.
En el artículo se contaba cómo una persona se marcha de vacaciones a sabiendas de que sus circunstancias no tomarían tal descanso; la situación daba como resultado pequeños y fugaces recuerdos de los problemas que quedaban a cientos de quilómetros durante cierto tiempo, y un regreso a casa donde las circunstancias continuaban esperando el regreso de su yo sin haberse transformado en lo más mínimo. Y ahí es donde la capacidad de punkerío de cada cual puede facilitar o amargar cualquier descanso a expensas de lo que arrastremos o nos acontezca. Capacidad, o habilidad, de concentración, dispersión, dejadez o evasión que en gran parte de nuestras vidas es altamente gratificante.
Ser punky durante un determinado periodo de tiempo puede ser el modo de resolver de una vez por todas aquello que siempre tenemos aplazado: el abandono hedonista. Se acabaron las preocupaciones por las pequeñas tareas domésticas, se acabó con el dilema de asistir a la boda de tal o cual amistad (que supone además un añadido a nuestro gasto vacacional), se resolvió la visita casi obligada y no deseada a
, finalizaron las sumas y restas que supone el problema económico que se sucederá tras el regreso, seremos al fin libres, punkys pero libres, y aunque luego nos encontremos enfrentados al mundo que abandonamos, esto ocurrirá cuando volvamos. Mientras tanto habremos sido libres, punkys, despreocupados/as.