Cosas que hacer cuando se tiene tiempo (2 de 2)
Tal y como hablábamos la semana pasada, el verano y más concretamente el periodo vacacional que tomamos durante su transcurso nos trae no sólo bienestar, sino que a veces nos infunda dudas preocupantes acerca de cómo ocupar tal escaso espacio vacío. Si el planteamiento por el que nos inclinamos al abordar tal asunto es el de pasar de todo posiblemente seamos capaces de disfrutar de un modo distinto al modo tantas veces acostumbrado.
Y superada la agonía que nos lleva a desempeñar tareas extraordinarias durante el tiempo destinado a no hacer nada, podemos intentar dilucidar qué es lo que entonces vamos a hacer. Si no pintamos la pared del pasillo, ni vamos a renovar de una vez por todas el pasaporte, qué es lo que vamos a hacer. La respuesta puede ser sencilla desde varias perspectivas: nada, holgazanear, disfrutar, retomar un libro, un cuadro a medio pintar, revisar los contenidos en español del 80% de la Internet
Y acercándonos lo que nos ocupa, que no es otra cosa que buscar aquello que no se puede hacer el resto del tiempo, aquello que podemos hacer cuando se tiene tiempo, nos preguntaremos: ¿qué es lo que echo de menos, lo que me falta a causa de mis ocupaciones? ¿Qué es aquello que yo hacía y que ya no hago, aquello que añoro? Si respondemos a las cuestiones planteadas nos sorprenderemos con nuestras inclinaciones: ver la televisión hasta las tantas, tomar café con amigos y amigas, holgazanear en un bar hasta que nos echen, pasear por la ciudad, dormir hasta medio día, o incluso dormir la siesta. Ocupaciones que nos pueden parecer tan banales que hasta nos da vergüenza comentar. Pero tales quehaceres muchas veces están tan lejos de nuestra realidad diaria que tan sólo nombrarlos supone un placer. Un placer alejado de aquello que por costumbre se suele realizar en época de libre albedrío: días en la playa o en la montaña, largos viajes, visitas a lugares emblemáticos opciones que en sí mismas llenan una de las parcelas más interesantes de las actividades triviales anteriormente citadas: estar con tu gente, tener experiencias con tu gente, redescubrir a tu gente.
Una de las aventuras en las que me he adentrado en mi espacio libre, espacio sin ocupar, ha sido la contemplación de la televisión desde la perspectiva de quien tiene tiempo. De tal hecho se podrían sacar muchas conclusiones pero a mí personalmente ha sido una la que principalmente me ha impactado. Realmente ni siquiera ha sido una conclusión, ni una cadena televisiva, ni un hecho siquiera. Realmente ha sido una persona, concretamente aquella que sustituyó a nuestro querido José Antonio Serrano durante su ausencia en la Televisión Intercomarcal. Y mi impresión, mi sorpresa, atendió más que a su forma de hacer las cosas a su modo de entender la imparcialidad, la noticia objetiva. Lo que queda en mi memoria, impreso en ella por asombro, repito, no fueron grandes palabras ni acciones extraordinarias, sino algo más mundano e incorrecto. Lo que queda en mi memoria de la intervención (intervenciones) del sustituto son introducciones absolutamente parciales en relación a la noticia a transmitir, son refranes y sermones que pervierten la información objetiva e imparcial que la cadena intenta transmitir. Intervenciones molestas hasta el punto que me llevan a romper la línea veraniega que pretendí ofrecerles para amonestar o para mostrar mi malestar ante lo que jamás debí haber presenciado. No es para tanto, no crean. Pero quizás el aprecio me puede y me empuje a denunciar un mal modo de hacer, un modo que se practica en otros espacios: tertulias, reflexiones, debates, La Mañana, etc., pero que no se desea en los informativos, y menos en los de la tierra cercana que pisamos.