Vida de perros

Cri-cri, Cri-cri, Cri-sis

Me abordan en mitad de un bar. Es una hora prudente y el lugar está bien iluminado. Hay gente alrededor, un par de jóvenes sentados en la barra a mi derecha y varias mesas ocupadas. No hay que tener miedo. Yo andaba tomando cerveza y hojeando el Interviú, así que no sé de dónde demonios ha salido el individuo que de pronto tengo a mi izquierda. Pero está ahí y me habla. Y yo, tras el primer desconcierto causado por el fugaz viaje desde la inopia hasta la realidad, atiendo afablemente al sujeto.
Naranja, por llamarlo de algún modo, desarrolla una conversación cordial: te conozco por el periódico: en ocasiones leo lo que escribes, unas veces me gusta, otras no, unas estoy de acuerdo, otras no, otras me diviertes, otras me aburres, etc. A lo que yo respondo con movimientos de cabeza y monosílabos (hay días en los que te gustaría poder decir: “a mí me pasa lo mismo contigo”, pero por lo general desconoces el material de la persona en cuestión –lo que no quita que a raíz de la conversación te encuentres con gratas sorpresas–). El caso es que Naranja, por llamarlo de algún modo, tras unos minutos deriva la conversación hacia el tema de moda. Llamo a la Crisis tema de moda porque ya se ha convertido en materia de conversación de ascensor. Naranja parece esperar de mí una respuesta a sus preguntas (atiendan, queridas personas, no La Respuesta, sino una respuesta). Naranja me mira. Yo miro a Naranja. Imagino que al respecto Naranja espera de alguien que ocupa su tiempo en las dehesas del periodismo lo mismo que yo esperaría de alguien que ocupara su tiempo trabajando en un garaje y le hablara de mi coche estropeado. Ojalá, pienso. Bebemos. Naranja rompe el silencio y vuelve al tema de la Crisis con un nuevo planteamiento. Piensa, me dice, que yo continúo cobrando lo mismo que hace unos meses. Piensa, bebe, que trabajo para una empresa que con seguridad atravesará esta tempestad –por Crisis– sin reducir su plantilla, bebe. Dime entonces dónde tengo que ver yo la Crisis. Bueno, le digo, la gasolina ha bajado más de un 60%. ¡Y que siga así!, espeta sin quitarle los ojos al Cholo para pedir otra cerveza. Entonces, ¿qué te pasa? –digo yo, por decir o por centrar la conversación. Nada dice Naranja. ¿Te sientes culpable?, digo provocando el asombro de Naranja. Bebemos. Pues no te voy a decir que sí, sentencia Naranja, pero tampoco te voy a decir que no. Yo me quedo mirándolo a los ojos. Pienso. Quizás ese sí pero no sentimiento de culpa es el que deberíamos convertir en un sentimiento de solidaridad. ¡Grande Naranja! Pero luego pienso en las estanterías del supermercado vacías cuando aquello de la huelga del transporte…

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