Vida de perros

Crisis en plato frío

Me da la impresión de que este estado de las cosas al que llamamos crisis no va a desaparecer. Creo que más bien pasados unos meses o unos años nos referiremos a la situación actual, algo mejorada, como el estado natural, como la normalidad. Creo que fue durante la estancia en la “burbuja” cuando nuestra sociedad vivió un periodo anormal. Aunque entonces gran parte de las empresas flotaran, levantaran los pies unos centímetros, a algunas tampoco el vuelo les dio para mucho. Un buen porcentaje del personal se llenó los bolsillos, otro más pequeño se cubrió de oro, pero el porcentaje mayor continuó su vida con tan sólo alguna pequeña alegría.
Olvidamos que en medio de aquel festín de opulencia y derroche bautizamos el término “mileurista” y olvidamos que ya entonces, en plena venta de viviendas y vehículos de importancia, la gran mayoría (que curiosamente en su mayoría continúa trabajando) contaba sus excesos con los dedos de una mano. Esa gran mayoría, que como digo continúa trabajando en gran parte, suele corresponderse con la que no adeuda a la banca préstamos por pisos de ciento cincuenta metros completitos de mobiliario y de todas las comodidades, ni apartamentos en la costa, ni coches de gran cilindrada. La culpa obviamente no la tienen sólo estas personas si llegado el actual panorama no pueden cubrir las mensualidades de la banca. Porque sermonear al personal con el rollo de que hay que guardar para mañana es de muy mal gusto por referirse a profesionales que hacen bien su trabajo.

Y digo esto porque me parece fuera de lugar pinchar a quienes levantan paredes y responden por cada pared levantada en lugar de acusar a quien “juega” con el dinero de los demás y ahora da excusas para salvar la dignidad de un trabajo que ha hecho con alevosía y búsqueda del beneficio propio y para colmo lo ha hecho mal. Aún así tengo esperanza: saldremos de la dichosa crisis, pero no para estar como “antes” sino para “estar”. No podremos resarcirnos contra la usura porque eso sólo ocurre en ficciones como las de Shakespeare. Pero no podemos permitirnos olvidar a quienes nos ofrecieron el oro y el moro y ahora nos tratan de morosos, que lo somos pero gracias a ellos. Tampoco podemos permitirnos olvidar a todas esas empresas que han jugado las cartas que les brinda la ley para destruir otras empresas subcontratadas, familias, personas… Empresarios/as sin mácula oficial pero con una ética y moral tan infecta que debería avergonzarles toda su vida. Por eso no debemos olvidar, porque mañana, viviendo bajo un puente, volveremos a verles pasar conduciendo sus cochazos. Quizás estas palabras sólo siembren odio, pero prefieren sembrar memoria. Pase lo que pase… gana la Banca.

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