Fuego de virutas

Crónica gráfica

Mis ojos aún tienen un agua de lágrimas recordando la exposición de fotografías que Miguel Flor ha traído estos días fríos de invierno a la Casa de la Cultura. Debería prohibirse la memoria. Las fotos nos recuerdan y denuncian doloridamente cómo hemos perdido demasiados espacios que nos hacían propios, deshaciéndolos el tiempo hacia uniformidades. Villena ya no es Villena.

Las uniformidades han diluido a los pueblos desprendiéndolos de aquellos espacios que les hacían propios, arrebatándoles su personalidad. Arruinándose los espacios propios hemos arruinado la propia identidad. Si Villena ya no es Villena, dudo que nosotros seamos nosotros. En ocasiones atisbo que sí. Aún me emociona nuestra habla peculiar en la gente joven, la música cariñosa de nuestra habla, pero no sé si sólo nos quedan ecos de las voces, como no sé si este sentimiento es sólo afán por no dejar de ser y un miedo a sentirme habitante sin tierra. A pesar de ser donde soy, no quiero perder esa esencia que Miguel Flor nos recuerda con sus estupendas fotos.

La exposición nos ofrece tres dimensiones del gigantismo humano de Flor. Por un lado, la del compañero del arqueólogo don José María Soler. De hecho, la exposición nace desde la Fundación Municipal que lleva el nombre del erudito y desde el propio Museo Arqueológico, en colaboración con la Universidad de Alicante. Aquí, Miguel es fotógrafo cronista de un quehacer hurgador de las entrañas del término para llegar al origen de lo nuestro, al nosotros milenario de los sílex y de los huesos pulidos, del oro y la plata, del hierro tesoro, de las piedras y cereales, de las arquitecturas en fábrica selecta... Pero al tiempo es el cronista amigo que capta las convivencias cotidianas, con botas de explorador, con quien tan genio eclipsa generaciones. Quienes hemos tenido la suerte de conocer a don José María Soler nos dolería que sólo nos quedara el genio, quisiéramos perpetuar ese ingenio con el que convertía la ciencia en naturalidad, la sabiduría en lección, el trabajo en hábito. Creo que aquí se ve, gracias al amigo colaborador, al Soler íntimo y humano que la memoria merecidamente meritoria podría arrebatarnos. Desde el principio me enamoró esa foto que se ha utilizado para reclamo de la exposición que es un descanso en una excavación donde –en todos los oficios se fuma, o se fumaba– Soler y sus colaboradores se muestran campechanos y apasionados por una pasión común que consiguieron contagiarnos a generaciones y generaciones de villeneros, haciéndonos indagadores y orgullosos de lo nuestro.

Una segunda selección de imágenes nos lleva al reportero de la Historia. Un reportero antropólogo de esa realidad que decíamos perdida y que nos duele en los ojos. La que más nos trae a la ciudad que fue y ya no es. Una ciudad que quisiéramos perpetuar pero que le falta el aliento interior. Rincones perdidos para siempre porque, o no son, o les falta el respirar de las gentes, brasas y humos de hogar. La tercera parte, es colección personal que Flor ha ido haciendo en el tiempo descubriéndose curioso de toda cosa que hable de Villena, y nos ha servido para poner rostro y/o escenario a tantas cosas que, en legajos, en periódicos viejos, sólo conocíamos de leídas. Así hemos visto a personas y espacios que hasta la fecha sólo podíamos imaginar.

Sabíamos que algún día, estrellándonos con alguna de estas fotos, serían, por la nostalgia, las lágrimas. Pero nuestro presente, por imposible el detenerlo, tampoco será. Como no puede ser el pasado, sino memoria. Pero acaso, presente y pasado también serán fotografía. Si de Miguel Flor, arte y bendición.

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