Estación de Cercanías

Da que pensar

Que vivimos en un mundo de contrastes a nadie se nos escapa. Que las desigualdades son en algunas cuestiones brutales y realmente escandalosas tampoco, basta con detenerse ligeramente a mirar para que salten a nuestra retina como flashes. Es ahora, en estos días de pánico financiero de una economía libre y abierta que ahora muestra su cara más frágil y quebradiza, que ha hecho multimillonarios año tras año a unos pocos en perjuicio y jodienda de los mismos de siempre, los que tenemos que trabajar para poder subsistir con los ojos puestos en los bancos, el IPC, la inflación y las hipotecas, cuando se hacen más palpables estas diferencias.
Hoy, como martes, en la prensa, dos grandes titulares situaban visualmente en las antípodas a dos partes del mundo que ya lo están y no precisamente por la situación geográfica. Mientras que desde los Estados Unidos de América, con su presidente a la cabeza, se devanan los sesos y desgastan estrategias para dar frenazo a esta crisis que pronostica grandes desastres y que mantiene en un vilo a todos los económico-dependientes de su sistema, que ven cómo se bambolean a merced de los vientos que de ellos emanan, en la India han muerto 150 personas debido a una avalancha humana y a la costa de Tenerife ha llegado una patera con 229 inmigrantes, gentes que al margen de las luchas intestinas por el dinero, y por increíble que pueda parecer, habitan el mismo territorio que nosotros, y tanto los que han muerto como los que luchan desesperadamente por no hacerlo, son el margen izquierdo y olvidado que invita a reflexionar.

Pero tampoco es necesario ir tan lejos, ni hilar tan fino, para llegar a esta sensación de ruptura entre vidas y circunstancias, pues tal día como el jueves pasado, desde mí coche, pude observar a una chica de no mucha edad, escasas carnes y sucia ropa pidiendo a una pareja que observaba un escaparate. Esta drogadicta, porque así lo era, deambula deprisa atrapada por la necesidad de otra dosis, y lloró cuando la referida limosna no le fue dada, ofreciéndome una cara en donde se veía escrita a fuego la desesperación y la desolación de una vida arruinada por esta mierda que cada día suma más nombres a su lista.

Esta escena me llevó directamente a contrastar de nuevo diferencias, y no pude evitar sentir que política y sociedad están llamadas en muchas ocasiones a no encontrarse, porque cual resorte me vinieron a la cabeza las pompas, las fotos y las algarabías ante la consecución de 15 millones de euros para arreglar una plaza de toros que no deja de ser una construcción de piedra por mucho que desde el ayuntamiento se haya desgastado hasta la saciedad su representatividad sentimental, y en su contra, las reiteradas quejas de los vecinos del Rabal, que ven como su también emblemático barrio se va a pique víctima del submundo de la venta de droga y todo lo que atrae en torno a sí, sin que desde el ayuntamiento se hayan dignado a dirigir palabra alguna para su tranquilidad y la de todos. Pero claro, las fotos con fondos de casas empobrecidas y abandonadas, con jóvenes llamando a sus puertas en busca del preciado mal, con niños sin escolarizar que juegan en ellas, esas fotos donde se muestra otra de las realidades de Villena, no caben en el álbum de este ayuntamiento, que lejos de intentar ajustar las obras de la plaza al dinero recibido, va a incrementarlas en 5 millones más. Dinero que a buen seguro podría sacar a la parte alta de este barrio de su imparable deterioro y compensar más equitativamente la balanza.

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