¿Cómo están ustedes?

Dalí

En Cadaqués, al atardecer, el sol poniente es bellísima luz mediterránea que aglutina a las gentes en la plaza. Donde el Casino Societat L'Amistat. Gentes confundiéndose en paisaje. "Mágica luz en Cadaqués" cantaban los Mecano en esa canción tan hermosa en homenaje a Dalí: "Eungenio Salvador Dalí". La masa turística, tan tediosa en tantos lugares de veraneo, aquí y a esta hora no lo es por esa confusión lumínica que decimos. No sabemos si en el momento de las paellas, pero al menos en el momento del ocaso no lo es.

La tentación de quedarse en el faro del cabo de Creus también en el instante del sol poniente hasta que anochezca sólo se soluciona disponiendo de al menos dos tardes. Una para el cabo, otra para el Cadaqués urbano. Entonces, una tarde en la plaza popular y otra tarde en el cabo, delicia: El placer de contemplar que el color de las cañas de cerveza es el color del oro. Como magia.

Mientras recorremos estos días de agosto geografías dalinianas, en concreto ese triángulo formado por los vértices de Púbol, Figueras y Cadaqués-Portlligat, en Madrid –lo hemos escuchado en la radio del coche– bate recórds la exposición sobre Dalí. En el Reina Sofía. Desde su inauguración oficial, el veintiséis de abril pasado, hasta ahora, mediados de agosto, la han visitado más de seiscientas treinta mil personas. Algunos medios precisan que hay que hacer dos horas más o menos de cola para verla. Dalí sigue resultando atractivo a los espectadores. Dos horas de cola en Madrid para el Reina Sofía –dicen–, una hora y diez minutos –decimos y corroboramos– para entrar al Teatro-Museo Dalí en Figueras.

La primera vez que visitamos este Teatro-Museo fue con el Colegio Salesiano, en una de esas excursiones estupendas que organizaba don Alfonso Vicent. Necesariamente nuestra memoria tiene que ser agradecida con él. Esto sería corriendo el segundo lustro de los setenta. Años de transición. Así que vimos a Dalí con ojos de niño. Y aquel museo nos resultó muy simpático. Los niños son los que más disfrutan en él. Entonces, como niños que éramos, de Dalí apenas sabíamos. Pero disfrutamos. Sabíamos de un cuadro suyo que nos gustaba mucho sobre la Última Cena y del que teníamos una reproducción encima del hogar en la casica del Pinar, de Peñarrubia; también sabíamos de sus relojes lánguidos como derritiéndose, animales patilargos y una mujer mirando eternamente al mar, que es donde apetece mirar en este Mediterráneo occidental-norteño de costa brava. Que si un estilo muy raro que decían "surrealista". Que si sus excéntricas intervenciones que habíamos visto por la televisión con rimbombancias cargadas de esdrújulas y exageradas expresiones. Los ojos abiertos como si se le fueran a salir de las órbitas, el rizo exquisito del bigote, ese apoyarse sobre el bastón y toda la pose. Y especialmente aquello del método paranoico-crítico: "método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes." Ahí quedaba eso. Dicho por Dalí. En estado puro. Era otro de nuestros "raros" atractivos. Como Gloria Fuertes. Como Antonio Gala. Como el comentarista de cine Alfonso Sánchez. Los cuatro, vistos con ojos de niño, atendidos con oídos de niño, tenían algo particular.

Ahora, mediados de agosto, hemos vuelto a Figueras. Nuestros ojos ya no son ojos de niño pero las sensaciones han sido similares. Demasiada gente quizás, pero era agosto y es Dalí. Ya tiempo fenómeno de masas. Y visitando el Museo-Teatro viendo a los niños disfrutar de arte me he acordado de aquellos niños que fuimos consumiéndose los setenta. Época de cambios.

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