Para no andarnos con especulaciones diré antes que hola que las siglas que componen la firma de esta columna corresponden a Andrés Leal Tomás y que lo que sigue es solo un torpe intento por ser gracioso.
Diré también, antes que hola, que la intención de “Culpable sin cargos” es la de venir para quedarse, para aparecer y desaparecer cada semana del año. Y diré antes que hola que “Culpable sin cargos” no es la nueva versión de aquellas columnas con las que rellené un espacio en este ya vetusto periódico: no será Vida de Perros ni Días felices ni Revista de Verano, sino un compendio de todas ellas y de quién sabe qué más. Y ahora sí, queridas personas, diré: ¡Hola!
Con el fin de no empezar con mal pie, cosa que llegará, iniciaré esta nueva etapa despidiendo a la Droguería y Perfumería Isa y Fina, comercio ubicado durante cincuenta años –año arriba, año abajo– en la esquina de la calle Pintor Sorolla con la calle Román. Una despedida en la que deseo los mejores años venideros a sus propietarias, faltaría más. Y en la que las congratulo por haber sido capaces de mantener su negocio abierto durante más tiempo que la marca comercial de productos de limpieza Don Ahorro. Y las congratulo por haber hecho lo que el señor Roig el del supermercado nunca hizo ni hará: informar y aconsejar a su clientela más allá de los beneficios económicos.
Para mí, que quizás ya no soy tan joven, han sido una fuente de aprendizaje e inspiración; hasta tal punto que acudía a su tienda liberando mi mente y mi boca de las consabidas marcas comerciales, es decir, que acudía a ellas no solicitando un producto sino planteándoles mis necesidades: necesito limpiar el frigorífico por dentro, no consigo que los grifos del lavabo queden relucientes, el retrete… Y allí siempre encontré una solución que no pasaba por las consabidas marcas comerciales. Aquello era como entrar a los blogs de limpieza pero sin tener que ver tres o cuatro vídeos.
No escribiré un panegírico sobre las tiendas de barrio porque tanto vosotras como vosotros habéis tenido experiencias de todo tipo (mejor no poner nombres), y porque antes preferiría dedicarme a echar sapos contra todas esas cadenas de supermercados que han bombardeado nuestros ojos con manzanas perfectas, mandarinas peladas o sandías a precio de agua, dejando sin dinero ni sentido el trabajo agrario.
Y queda comenzar a echar de menos, y sufrir en las propias carnes, la atención de una tienda de barrio donde al llegar te llaman por tu nombre (aunque a veces se equivoquen) y atienden tus necesidades como si fueran propias. Aunque no tengan tarjeta de fidelización, ni aire acondicionado, ni cambien de lugar los productos cada cierto tiempo siguiendo las instrucciones de las privilegiadas mentes del marketing.