Fuego de virutas

De carne y hueso

Cuando en julio visitamos la exposición de Antonio López en el Thyseen-Bornemisza dejamos para un día siguiente la visita a la colección permanente de dicho museo. Las exposiciones, los museos, agotan. Conviene dosificarlos. Pero hoy no queremos hablar ni de museos ni de exposiciones. Queremos hablar de gente. Es otra cosa que nos trae Madrid. Ese ponernos al lado a personajes famosos que conocemos por la televisión, por las revistas, por la radio... Y que en Madrid vemos de carne y hueso.

Reconocemos aquí, si se quiere, nuestro carácter provinciano –hasta paleto– pero todavía no podemos dejar de sorprendernos cuando en la capital nos tropezamos con alguna cara famosa. Cuando éramos pequeños, en Madrid nos llamaba mucho la atención el trasiego de sirenas: Policía, bomberos, ambulancias... Esto, ya no nos sorprende porque nuestras ciudades provincianas también se han llenado de sirenas, policías, bomberos y ambulancias; pero no tienen el cruzarte con famosos. Precisamente, en este viaje que decimos y saliendo del Thyseen, concretamente en la tienda del museo, curioseando catálogos y objetos de regalo, como nosotros, estaba Andrés Aberasturi. Y me reprimí. Porque yo me hubiera acercado y, acaso pueblerino, le hubiera saludado diciéndole mi admiración y recordándole que tuve el placer de saludarle en Orihuela cuando nos ofreció la conferencia "Mi hijo y yo" que tanto me hizo llorar. Y desde entonces tengo una columna pendiente –podría ser ahora– a raíz de esa charla que nos dio. Porque fue una conferencia inolvidable en la que lloré varias veces. En la que lloré con ganas. Sin posibilidad de reprimir las lágrimas. Sin esa puta vergüenza que nos reprime a los hombres las lágrimas. Una charla emocionante por emocionarme tanto lo humano en la que Andrés Aberasturi con toda su voz grave y hermosa nos contaba su experiencia de padres –padre y madre– y de familia, a partir del nacimiento de su segundo hijo, Cris, que nació con parálisis cerebral.

Este día de julio le podría haber dicho que le debía una columna –que podría ser esta misma– para que todo el mundo supiera lo mucho que nos emocionó. Y le hubiera dado las gracias otra vez, las muchas gracias por tanta humanidad. Es cierto que la experiencia ya la publicó Aberasturi en el libro "Un blanco deslumbramiento" y que incluso hay una edición acompañada de un Cd que permite oír la agradable voz del periodista. Pero esta es una experiencia que sin desmerecer libro ni voz grabada hay que comunicarla cara a cara y soportar el océano desbordándose en los ojos. Fue un jueves trece de mayo de 2010.

En este mismo viaje, la otra persona notoria con la que nos encontramos fue Ángel Gabilondo, Ministro de Educación y Ciencia. Aquí hubiéramos tenido, de vencer el temor a molestar, para rato; pero estando como estábamos en una librería, curioseando libros, no era para ponerse a hablar de las buenas voluntades de un necesario plan de Estado para la Educación frente a la rapiña y jodienda de las Comunidades Autónomas. Que muchas han demostrado que les importa una higa la Educación si no es para servirse de ella. Que no le arrendamos las ganancias en un Ministerio al que nadie hace caso. Mucho podríamos haberle dicho también sobre la excesiva labor burocrática con la que se carga a los maestros, que mejor menos papeleo (programaciones, memorias y leches) y más tiza o –si quieren– más TIC, pero menos papeleo. Muchas cosas podríamos haberle dicho, pero hubiera sido muy inoportuno interrumpirle el placer de curiosear libros, ojeándolos y hojeándolos, en la Librería Antonio Machado, la del Círculo de Bellas Artes. En Madrid.

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