De recuerdos y lunas

De ceniza

Hay días grises. Esos que parece que, por plomizo, va a caérsenos el cielo encima. El cielo plomo es todo niebla confundida con las peñas peladas, es un mar denso sin barcos, sin perfiles de agua ni de costa en la lejanía. Y, en estos días, por más que uno intenta levantar la cabeza, la cabeza pesa y no se levanta. Por más que uno quiere mirar hacia delante, sólo puede mirar con sus pesados ojos al suelo, porque también pesan los ojos. Ni hacia delante, ni hacia atrás se puede mirar. Y ni siquiera sirven para levantar el ánimo las caricias, físicas y verbales, recibidas de quienes habitan tu casa. Ni siquiera sirve eso. Ni siquiera sirve, maldita sea, la anécdota genial de ayer de la pequeña Carmen, sus primeros versos, versos "ingeniosos" donde la rima exigida por la maestra tiraniza con gracia en lo que titula "El caracol", hasta cansarse:
"El caracol / se come una col / y se va a su casa / con un caracol. // En su casa se come otra col / y luego se va afuera con otro caracol / y se come otra col. / Luego se va a su casa con otro caracol. // Y se come otra col. / Y se va afuera con otro caracol / y cuando llega a su casa se come otra col. // El caracol / ya está empachado / de comer coles. / Y se va a la cocina a / comer tomates / y luego mermelada."

No, no sirve la anécdota de Carmen poeta, ni tampoco, los ocurrentes razonamientos de Teresa –como si ya fuera muy mayor porque ya se va haciendo mayor– para que le apuntemos a lo que quiere que le apuntemos porque irán todas sus compañeras de clase. No sirve tampoco esto que muestra el crecer personal hacia arriba, hacia la libertad. Ni sirven todos los instantes por los que uno da gracias a Dios por vivir con quien vive... Nada de esto nos levanta el ánimo en un día gris sin paisaje. Mala cosa.

Hay quien dice que son estos días como días de Cuaresma. Pero yo no lo veo así. Aunque pueda ser que los que dicen eso lo dicen porque aún les pese la imagen de cuando éramos niños. Cosa que –amigo Andrés Leal– ya empieza a ser hace mucho tiempo. Porque hace mucho tiempo, la ceniza, cayendo generosa desde la frente o desde el pelo, nos cosquilleaba las pestañas. La marca la paseábamos por el pueblo y sólo la borraba el sudor de los juegos. Lo que no borraban los juegos era el abatimiento de la jaculatoria que el sacerdote nos había dicho en el instante de la imposición: "Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris." Versículo del Génesis (3, 19) que a pesar de ser legos en latines, sabíamos lo que quería decir porque nos habían dicho lo que significaba: "Polvo eres y en polvo te convertirás". La jaculatoria reverberaba por la noche y a mí me dificultaba el sueño porque tenía miedo a la muerte. A la mía y a la de los más próximos. Esa muerte que siempre ha madrugado en mi casa, jodiéndonos. Pero ahora, la ceniza se impone con otra frase, ésta del Evangelio de Marcos (1, 15), más dulce –"Convertíos y creed en el Evangelio"– que quita sombra al peso de la muerte, que quita filo a su guadaña. Así, yo no vivo estos días de Cuaresma como días grises. Porque no es gris crecer, ni confiar, ni comprometerse, ni renovarse, ni esforzarse, ni prepararse para la Pascua que será mucha luz. Lo gris es estar triste y perder toda esperanza y escribir con la tinta más negra que nunca como, en parte, hoy hemos escrito. Por eso termino. Que la luz aventura un día hermoso y Carmen ha dejado sobre el ordenador un dibujo de un sol riente para que tras la tempestad y tras las lluvias salga al campo su caracol empachado de coles.

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