La Rockola de Fernando

De poemas y poetas

Van acabando los poetas o al menos el amor por la poesía. En estos tiempos convulsos en los que la prisa es la reina y el lenguaje escrito, cada día más, se va casi que circunscribiendo a ese comeletras en que se va convirtiendo el omnipresente WhatsApp, no va quedando tiempo ni espacio para un poema.
En el olvido van quedando los sonetos o las octavillas y la mayoría de lo que se va viendo por este universo cibernético no va más allá de pareados o cuartetos de rima fácil y en los que el tipo de verso ni siquiera importa. No es esto de extrañar, en un país que cada vez lee menos de todo. Periódicos y libros no viven sus mejores horas y desde las aulas infantiles y adolescentes, poco o nada hacen por implantar el vicio de la lectura en sus educandos. Todo lo contrario: obligan a leer para su posterior comentario obras que la gran parte de las veces no tienen ningún interés para el alumno, con lo que a este se le va grabando en el cerebro el binomio lectura – aburrimiento.

También por otra parte, las fotografías con algún ripio en ellas y ya prefabricadas desde esta enorme Red, sustituyen a lo que debería ser un buen poema que, si bien no haya sido escrito para su destinataria, al menos seguro tiene algún pequeño rasgo en común con ella. Por lo demás, cuatro locos que todavía creemos en la belleza de la palabra y que intentamos parecernos a lo que es un poeta.

Lejos quedan aquellos grandes y laureados poetas, cuyos nombres casi todos conocen y muy exiguo el número de aquellos que hoy en día pueden vivir gracias a sus versos. Viene a mi memoria el poeta protagonista de una hermosa y lírica película de la que desgraciadamente no recuerdo el título, el cual comía, muchos de los días, gracias a los versos que escribía para la novia del dueño de un pequeño y pobre asador argentino. Publicita la TV los grandes premios literarios ya clásicos: Nadal, Planeta y alguno más, mientras que aquellos que buscan el perpetuar su nombre en algún premio, se ven obligados a bucear entre páginas y páginas de este omnipresente Google.

Y los que somos aprendices o simples aspirantes a poetas, vamos escribiendo nuestros sentimientos, pensando la más de las veces, si los escribimos para alguien o si lo escribimos para nosotros mismos. El poema se convierte entonces en una autoconfesión, en una explosión de sentimiento que viaja del alma al papel para volver de nuevo al lugar de donde salió. En ocasiones, alguno de esos poemas, tiene una destinataria clara y directa y entonces ese poema está llamado a viajar de un corazón a otro, de un sentimiento a otro, pero las más de las veces, es casi un ejercicio onanista realizado en soledad.

Y así, entre silencio y soledad, la poesía va languideciendo. Calderón, Becker, Silva, Machado o Porfirio Barba, son nombres desconocidos para muchos o ya olvidados por muchos otros. La Canción del Pirata se busca en Youtube para ver quién la canta y ya nadie se preocupa por enseñar las bases necesarias para intentar escribir un poema. Yo tuve una gran suerte. Allá por mis 12 años, se cruzó en mi camino un agustino de curioso apellido, Flecha, que supo despertar en mí el gusanillo por la letra escrita. Él me enseñó el valor de una palabra y me guió en mis primeros pasos por ese mundo de pareados primero y de sonetos ya casi acabando el curso. Ese gran religioso y educador, supo hacernos ver a todos que un sentimiento adquiere otro valor si eres capaz de plasmarlo en un papel en blanco, que un relato sabe mejor si se declama adecuadamente y tal vez, sin él saberlo, nos abrió las puertas a un mundo que yo todavía habito y en el que me siento verdaderamente feliz.

No hay pena que al escribirse no remita al menos un poco o amor que no se enaltezca cuando se queda impreso en un folio. Una mirada se ve más clara a través de un verso y un beso sabe infinitamente mejor después de un poema leído a medias. Un poema es un universo que se abre en la primera letra y que se va agrandando conforme avanzan las estrofas y en ese universo cabe todo y todo puede nacer en él.

Me precio de tener entre mis amistades a muchas personas, hombres y mujeres, que disfrutan de la poesía, la aprecian y algunos hasta la escriben. Gente sencilla y honrada, gente, como yo, del pueblo. Gente que sabe lo que es la risa y lo que es el llanto. Que pelean con la vida día a día y que día a día se empeñan en ser un poco mejores y que no los engulla esta sociedad que todo traga. Pero a pesar de todo, siguen encontrando esos minutos y esos sentimientos necesarios para plasmar con ellos un papel o una pantalla y después, en la soledad de la noche, esbozar un amago de sonrisa y decir muy, pero que muy bajito, soy poeta.

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