El Ordenanza

De vita solitaria

El Ordenanza. Capítulo 36

Escena 1

-Buenas noches, Avelino, perdone que le llame a esta hora.

-Buenas noches, Señor Alcalde. No se preocupe, no son más que las diez.

-Me acaba de pasar algo y quería hablar con usted. ¿Tiene unos minutos?

-Sí, claro. Espere que subo al despacho.

-Sí, sí, tranquilo. ¿Cómo va todo?

-Pues se lo puede imaginar: aunque estamos todos sanos, vamos un poco de cabeza.

-Ya, están siendo unos días muy raros.

-¿Y su familia?

-Bien, bien. Todos confinados en casa.

-Me alegro. Usted dirá, Señor Alcalde.

-Verá: he bajado a sacar a Veda y las calles estaban desiertas. Lloviznaba y me he puesto la capucha de la sudadera. Caminaba por la acera cuando me he dado cuenta de que delante de mí, como a unos veinte metros, había un muchacho con un perro. Al verlo, Veda se ha puesto nerviosa (ya sabe lo sociables que son los perros) y el chico, al percibir nuestra presencia, ha acelerado el paso, ha cruzado de acera y finalmente, ha comenzado a correr. ¿Sabe, Avelino? Creo que hemos llegado a un punto en el que todos somos una amenaza, incluso para los que más queremos. Ese chaval ha tenido miedo de mí.

-Es normal, todas las noticias que recibimos son inquietantes.

-Avelino, el bienestar de ese chico depende directamente de mis decisiones. Ya sé que esto viene con el cargo, pero a veces es demasiado duro tener que decidir, tener que concienciar... tener que alarmar. ¿Sabe? Casi me da igual que ahora mismo Moltó y Acevedo estén escrutando cada uno de mis movimientos para dar un zarpazo que pueda arañar unos cuantos votos: sé que estoy... que estamos, haciendo todo lo posible por que esto pase pero, yo no soy Dios, Avelino, pero tampoco soy el Demonio. Soy un simple nudo en la compleja red que conforma nuestra sociedad.

-Usted, Señor Alcalde, no debe preocuparse tanto. Simplemente debe seguir con los protocolos marcados por Moncloa.

-Sí, pero a Pedro Sánchez, no lo va a abordar mi vecina del segundo para recriminarle que los niños no tengan colegio y su marido tenga que ir a trabajar. Después de que el chico saliese corriendo, me he parado unos minutos pensando y, entre tanto, han dado las ocho de la tarde. De pronto, todas las persianas del barrio se han subido. Las ventanas se han abierto a pesar del frío. Todos han salido a su balcón para dar un fuerte aplauso al personal sanitario. Incluso desde varios edificios han comenzado a sonar la Marcha Real, el Dúo Dinámico y Mónica Naranjo. Me he sentido un poco incómodo y he comenzado a caminar en dirección a casa. No puedo decir que no me haya impresionado, que no me haya emocionado ver a los españoles juntos en algo que no sea fútbol, pero luego he sentido lo efímero del gesto: quizá dentro de unos cuantos meses, cualquiera de estos ciudadanos que ahora aplauden con tanto agradecimiento, protesten de muy malas formas a algún profesional sanitario porque lleva media hora de retraso su turno en la consulta.

-Desgraciadamente eso va a pasar.

-Sí, como también va a pasar esta cuarentena, los aplausos, este mal bache... la Marcha Real... el Rey... Avelino, no entiendo lo que pasa con él…

-Imagínese, Señor Alcalde, lo que tiene que ser estar su piel.

-Avelino, todo se resume en un concepto: transparencia.

-Sí, pero nosotros somos los que debemos juzgarla.

-Ya, aunque podemos preguntarnos el por qué, aun sabiendo que no vamos a tener una respuesta coherente.

-Señor Alcalde, hágase un favor y no cuestione lo que no está en su mano. Mejor destine sus esfuerzos a que nadie pueda dudar de su transparencia.

-Eso intento, Avelino.

-Entonces, lo mejor que puede hacer es prepararse un buen chocolate y buscar una buena película en la tele. Apague el teléfono. Mañana será mejor.

-Tiene razón. Muchas gracias y disculpe la molestia y el discurso.

-Tranquilo, tampoco es que tenga mucho que hacer en casa.

-Buenas noches, Avelino.

-Buenas noches. Descanse.

Escena 2

-¿Quién era, Avelino?

-Era el alcalde, ¿cómo van los de la isla?

-Están preguntándose si decirles que el virus está infectando a medio país o dejarles que pasen el tiempo que les queda ahí sin el agobio.

-¿Y tú qué opinas?

-¡Pobrecillos! ¡Me dan mucha pena! ¡Con el hambre que están pasando y encima decirles eso!

-Bueno, Aurora, es hambre voluntaria y por dinero.

-Sí, pero aun así, creo que se volverían locos sabiendo que sus familiares están expuestos a algo como lo que estamos viviendo.

-Sí.

-Bastante tienen los pobrecillos con pescar y dormir a la intemperie.

-¿Tú tienes miedo?

-Me da miedo que los niños lo pasen mal, que algo cambie. Me da miedo que esta solidaridad acabe siendo pasajera y nos volvamos desconfiados. Me da miedo que el egoísmo de la gente llegue a colapsar los recursos que tenemos, que acabemos como salvajes, saqueando supermercados y tiendas. Me da miedo que por culpa de esto, todo sea diferente.

-¡Mira Aurora! ¡Dale voz a la tele! Macron asume los créditos y suspende el pago de alquileres, impuestos y recibos de luz, gas y agua durante la cuarentena.

-Avelino, siempre nos quedará París.

Y nosotros, estimado lector, dejamos que Aurora y Avelino celebren la resolución del Gobierno francés y les deseo que sean lo más cordialmente antisociales que puedan en lo que nos queda de encierro. Recuerden esa milonga de “el que te quiere no te besa”. Tengan, por unos días, mala reputación.




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