Decibelios en los autos y en la calle
Qué incómodo me resulta y cuánto detesto los altos volúmenes de los aparatos de música de los coches. Los autores, es curioso que abundan más los hombres que las mujeres, optan por bajar la ventanilla para que oigamos todos la música que a ellos les gusta. Prefieren renunciar al aire acondicionado y pasar calor, ahora en verano, con la única intención de que oigamos sus estilos musicales preferidos. Incluso los he visto en el puro invierno, rozando los cero grados, con la ventanilla también bajada para que disfrutemos de sus caprichos.
A veces me pregunto si es que están sordos, pero la pregunta se desmonta en seguida al pensar que mejor escucharía con el coche blindado y bien cerrado, ajeno a los ruidos exteriores. Por eso no me cabe ninguna duda que lo hacen a posta, para que sepamos sus aficiones e incordien un poco más nuestros inocentes tímpanos. Música flamenca, rapera, pop, discotequera, todas estridentes e insoportables. Jamás he escuchado a Mozart o a Albéniz en un auto esperando el verde del semáforo, aunque si un día tengo la suerte tampoco justificaría su elevada audición. El caso es que, ponga el fulano lo que ponga, lo hace sobre todo para que no perdamos detalle de sus gustos más de que disfrute él mismo de sus tendencias.
Es entonces cuando deseo con fervor que el semáforo cambie y pierda al coche de vista, que incluso varias manzanas andadas y otras tantas esquinas rodadas sigue dejando la estela de la mejor música del mundo. Porque eso es lo que creen, que lo que ponen es la mejor música del mundo y si a ellos les seduce a los demás mortales también. Equivocados están, pero cualquiera les dice algo. Si les llamas la atención se ofenden, te dicen de todo sin descartar que bajen del coche, por más que provoquen la espera de otros vehículos, y te intimiden entre una lluvia de improperios y ademanes groseros.
Los más inteligentes serían capaces de hasta cantarme la canción entera para mayor provocación. Así que, considerando que es cuestión de segundos, mejor no decir nada, ni siquiera mirarlos. Eso sí, para mis adentros les digo de todo, sobre todo descerebrados, porque en eso se convierten estos energúmenos de la vía pública que alardean de que su música es lo más de lo más, lo más grandioso del universo y la muestran al mundo en plan machote, chulesco y alborotador. En ocasiones los candorosos viandantes no tenemos tanta suerte de depender del color verde, que hará que se aleje con la música a otra parte.
Paran el coche esperando a un colega o a la novia y entonces ya me pongo de los nervios, pues ignoro cuánto tiempo va a estar ahí y por qué tardan tanto sus acompañantes, puesto que está comprobado que en cuanto más impaciente me manifiesto más tardan en llegar. A veces no esperan a nadie, se encienden un porro a chatean por el WhatsApp, resultando la espera irresistible, sobre todo si estás echando una cabezadica o intentas conciliar el sueño. De modo que el mensaje de estos vocingleros conductores es claro, necesitan llamar la atención lo más públicamente posible y cuanta más guerra den, mejor.
Maleducados, egoístas y pendencieros que estiman que la calle es suya, al igual que otros que sin coche que conducir, simplemente sentados en una terraza, vocean sin parar y son incapaces de conversar sin gritar, dándoles igual si son las cinco de la tarde o las tres de la mañana. Igualmente la calle es suya y les importa un pimiento si molestan o no. En estos casos lo que me preocupa es que la mayoría no son conscientes del jaleo que montan y canturrean en la calle como en su casa o en la ducha. En fin, toca aguantar porque si les dices algo ofendes y los macarras tienen sus derechos, faltaría más.