El Diván de Juan José Torres

Del “Viva la Pepa” a la huelga general

Ahora que estamos de Aniversario con La Pepa y se han celebrado innumerables actos sobre su Bicentenario es hora de nombrar las cosas por su nombre. La Constitución de 1812 fue la primera de este sufrido país y, según algunas versiones, bautizada como “La Pepa” por nacer un 19 de marzo, día de San José. Fue flor de un día, pues Fernando VII, para unos el Deseado, para los más el despreciado, se pasó por los cataplines sus 384 artículos y derogó la Magna Carta en 1814 para restablecer su poder absoluto. Se llevó la miel y trajo la acelga.
Con la vuelta del Trienio Liberal se repuso La Pepa desde 1820 a 1823, y como el Guadiana, volvió a desaparecer hasta que se acordaron de ella en 1836, para implantarla con 77 artículos en 1837, hasta los ocho años que duró. Luego llegó la de 1869, avanzada para su época pero sustituida por la de 1876, que debía durar hasta 1923 pero asaltada de nuevo por más convulsiones. Apareció por fin la del nueve de diciembre de 1931, promulgada por la II República y firmada por Julián Besteiro, en la que, por vez primera, pueden votar las mujeres. La guerra y la dictadura acabaron con ella hasta la actual, la de diciembre de 1978.

Ya sé que la Historia y sus fechas son un desatino para las memorias, pero es necesario un repaso para recomponer el objetivo de la columna. Porque estas semanas de recordatorios de La Pepa, desde altas instituciones y solemnes esferas, a más de uno se le cae el espumajo de tanto sentirse orgulloso, cuando la de Cádiz y la republicana la incendiaron en dos días. Dice Rajoy que el Bicentenario debe servir para “actualizar virtudes como el patriotismo”, como si a mayores disgustos disfrutáramos de más civilidad. ¿Por qué está tan eufórico don Mariano si la actual Constitución sólo representa a unos pocos?

Treinta y cuatro años de ordenamientos, desde 1978, con más obligaciones que derechos. Papel mojado si los españoles no somos iguales ante la Ley; si no hay viviendas dignas para todos y a muchos los echan los bancos; si hay gentes sin techos y casas sin personas; si no nos perdonan los impuestos pero nos roban los trabajos; si tenemos que trabajar más y más años para ganar menos y peligrando la pensión; si nos obligan a pagarnos las medicinas y los comedores escolares; si nos hurtan la Ley de Dependencia, nos sablean las entidades bancarias, evaden dinero en nuestras narices, si protestamos y los antidisturbios nos muelen a palos porque somos el enemigo… ¡Pues no soy patriota ni me siento orgulloso!

¿De qué se jacta el Presidente con La Pepa si nuestra Constitución acabará por tener la misma función que el papel higiénico? ¿Virtudes de patriotismo para Rato, presidente de Bankia? ¿Para Botín o González, del Santander y BBVA? ¿Para Elena Salgado, penoso ejemplo de socialismo? ¿Para Aznar y González, que viven como Dios y nos dicen que trabajemos más y cobremos menos? ¿Para los enchufados maridos de Cospedal y Soraya? ¿Para la familia del consorte de Esperanza Aguirre, que recalifica terrenos rústicos en urbanizables en Yebes, pueblo de 500 habitantes y única parada del AVE en Guadalajara? ¿Para la Infanta Cristina, que ignoraba de dónde traía su insaciable cónyuge el dinero a casa?

Como por lo visto somos tontos, la Constitución que tenemos, inútil por ineficaz, nos colma de alegría. ¡Qué felices estamos mientras los especuladores se forran y los inversores se arruinan! ¡Qué maravilla de país donde no hay crisis, sino atracos; donde es fascinante trabajar por 600 euros mientras nos estimulan el canal rectal! Querido Aureliano, hacen falta desplantes para que legisladores y reformadores se traguen su propia mierda y los demás no nos comamos sus boñigos.

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