De recuerdos y lunas

Del resentimiento trágico

España y finales de 1936. España agoniza. Miguel de Unamuno también. España y finales de 1936. España lucha contra sí misma, como siempre. Miguel de Unamuno también, como siempre. El escritor esboza notas precipitadas que no podrán ser libro porque el treinta y uno de diciembre, muriéndose el año, muere Unamuno. Como España. El manuscrito se titula "El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas". Al título de lo que querrá ser libro sigue la súplica religiosa, parece que la pide a gritos el contexto: "Venga a nos el tu reino".

El manuscrito, editado facsímil por Alianza Editorial en 1991, lleva nota preliminar de Miguel de Unamuno Adarraga, nieto del escritor, y entrañable prólogo del también nieto, primer nieto, Miguel Quiroga de Unamuno. Lo editado se cierra con estudio y notas de Carlos Feal, de la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo. El manuscrito son impresiones y comentarios más o menos redactados unos y otros propia enumeración telegráfica de conceptos e ideas. Impresiones ante una realidad que se precipita.

En una de las octavillas, Miguel de Unamuno escribe –y en la trascripción respetamos el escrito original– así: "Fué un disparate mandar quitar los crucifijos de las escuelas pues con ello les dieron un sentido que no tenían, y otro disparate cambiar la bandera pues le dieron a la bicolor un sentido que no tenía. El crucifijo es simbolo de una religión inconciente = laica, pagana, y no ortodoxa y la bandera era nacional y no monárquica".

Y así estamos. Catapultando ofensas a través de símbolos que pudieran unirnos porque... ¿A quién puede dolerle quien predicó el amor al prójimo hasta la muerte? ¿A quién cualquier bandera? Esto nos pasa por hacer, del símbolo, fetiche; trastornando su sentido original y limpio. Así, antes y después parece que el tiempo no pasa sobre nosotros y como ignorantes de la historia volvemos a tropezar en las mismas piedras que tropezamos. Acaso no somos sino, Caín contra Caín, los villanos que antes, entre 1819 y 1823, perpetuó Goya en su "Duelo a garrotazos". Sobre este cuadro, cuando escribimos "Caporetto" (EPdV, 18.07.2008), ya escribimos que es "retrato de las guerras que luego fueron porque habían sido antes. Al cabo, somos villanos enterrados hasta las rodillas para no poder huir. Villanos que nos zurramos de lo lindo hasta reventarnos en sangres los cráneos. Bajo un cielo azul, gris y blanco". Porque hundidas las piernas hasta las rodillas para que sea imposible la huida, los paisanos se atizan sangrando. Sin parar. Y acaso España es ese fango que nos impide escaparnos de la violencia. Y acaso España es ese paisaje yermo. Porque peleándonos es imposible que brote la riqueza. "Entre los hunos y los hotros están descuartizando a España", anota Unamuno en su "resentimiento".

"Hunos" y "hotros" seguimos convirtiendo al que disiente de lo que nosotros pensamos en enemigo, cuando simplemente debería ser otro. Otro que negándonos, contradiciéndonos –necesariamente habrá de ser sin violencias– nos enriquece. Sobre mi mesa de trabajo vibra hace unas semanas la última novela de Antonio Muñoz Molina, "La noche de los tiempos". Ahí espera, impacientándome, que lleguen las vacaciones. Va sobre la última guerra civil española. Para matar la curiosidad y azuzar la gana lectora, veo en la contraportada algunos comentarios y también leo el arranque del primer capítulo, descubriendo que uno de los personajes –no sé si será el principal personaje– se llama Ignacio Abel, arquitecto español que se escapa de la España del 36 dejando a su esposa e hijos. Vía Francia llegará a Estados Unidos, a Pennsylvania.

Abel-Caín, Caín-Abel. Todos somos lobos.

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