Demagogias de campaña
Cuando se ha conocido el mundo político por dentro a uno ya le sorprenden pocas cosas. El viejo ideario de utilizar la política y su poder como instrumento para sanear los problemas colectivos y responder a las demandas sociales queda, de unos años para acá, en una quimera. Ese espíritu de servir al ciudadano, de compartir sus problemas para intentar resolverlos, se ha ido desvaneciendo. Lamentablemente la clase política hoy, excepto honrosas excepciones, aspira al acomodo, a la prolongación de su autoridad o al asalto del mando. Y para que los gobernantes no cedan un palmo de terreno y los que anhelan presidir ganen su batalla vale todo: maniobras inmorales, mentiras, calumnias, difamaciones y demagogias.
Ahora Rajoy pone el grito en el cielo porque el sanguinario etarra Troitiño vuelve a la calle. Ya es conocida mi animadversión a nuestra injusta Justicia española pero yo sólo soy un simple ciudadano. Ahora el candidato popular se indigna y arremete contra Zapatero y Rubalcaba por la evasión consentida. Y esto mismo es lo que me produce asco. En noviembre de 2002 un juez puso patitas en la calle a Josu Ternera, refugiándose en Francia. El mismo Rajoy, vicepresidente del gobierno, inmortalizó la frase: El Ejecutivo ha actuado con absoluta diligencia y el Gobierno no puede vigilar a persona alguna sin autorización judicial, so pena de cometer una actividad delictiva, mismamente lo que argumenta ahora Rubalcaba.
Lo único que cambia es que ahora el vicepresidente no es Rajoy, sino Alfredo. Pero don Mariano quiere ahora inculpar al gobierno, modificar el Código Penal e implantar la Cadena Perpetua, cosa que me parece bien para criminales de profesión. Pero es fácil acusar desde la oposición de aquello que, gobernando él mismo, no hizo. ¿Por qué el gobierno de Aznar no presentó en su día una reforma del Código Penal? Son los dos grandes partidos, PSOE y PP, quienes tienen más parlamentarios, más poder y más recursos. No me vale que ahora Rajoy se rasgue las vestiduras pidiendo a gritos cambios que el PP ni introdujo, ni planteó ni los consideró convenientes en su día.
La demagogia es maldita y traicionera. Cansa y mucho que Chaves denuncie a gobiernos autónomos del PP por corrupción y se niegue a que se curse una investigación por los ERES en Andalucía. Agota escuchar a Rajoy exigir responsabilidades por irregularidades de políticos del PSOE y dar el visto bueno a listas del PP repletas de imputados. Esto no hay quien lo entienda. O quizás sí. Porque es común en este país ver los deslices del prójimo, ser implacables con ellos y ocultar las propias miserias. Airear lo del otro, silenciar lo mío. Y entre las sandeces de unos y las gilipolleces de otros la casa sin barrer.
Para cualquiera de los dos bandos los de enfrente son malos, y por tanto hay que acosarlos tanto que todo vale para el desprestigio del rival si se obtiene beneficio. Cuando son acusados ambas facciones y mutuamente son objeto de una campaña de descrédito, de acoso y derribo; hasta tal punto que el poder judicial queda también en entredicho porque acaba tomando partido y sus decisiones son politizadas. Es imposible ser del Madrid y del Barça al mismo tiempo y la ecuanimidad brilla por su ausencia. Este es el escenario político donde campean a sus anchas los dos grandes partidos. Derribar al contrario para acceder al poder.
Una vez conseguido el mandato a vivir, que son dos días. Cuanto más mayoría más posibilidad de chanchullos y menos resistencia y voz tendrá la oposición. Los negocios, las dietas, los viajes en preferente y el control de los medios estarán asegurados. Las colas en las oficinas de empleo importan un pepino, las listas de espera en la sanidad un carajo, la ética se fue a la basura y la hoja de moralidad servirá para limpiar la mierda de sus culos.