Vida de perros

Des-Vergonzoso

Es natural que a quien disfruta del clamor a los cielos le parezca acertada la retahíla de adjetivos que el Observador nos regaló la semana pasada acerca de lo que es y del lugar que debe ocupar la apuesta del Terrat para Eurovisión. En mi caso queridas personas, mortificado las más de las veces en esta vida de perros, la victoria del Chiki Chiki como tema musical para representar a España en ese concurso ha sido como una bocanada de aire fresco. Y aunque la cancioncilla me parezca de lo más detestable en cuerpo y alma, en forma y fondo, en música y letra, agradezco que para mí al menos haya resultado tan poco pegadiza.
El triunfo de Rodolfo Chikilicuatre no ha dejado de abonar en España las más disparatadas teorías. Me encanta aquella que a través del resultado de la gala Salvemos Eurovisión (denominación digna del resultado) pronostica el desarrollo político, social y económico de nuestro país. Hay muchas horas que llenar en nuestros medios audiovisuales (y escritos), muchas bocas que comen todos los días gracias a su veloz capacidad analítica. Y aunque todavía funciona el sistema de echar carne a las fieras (Gran Hermano, Supervivientes, etc.), no hay nada como encontrar un asunto controvertido para rebozar las tertulias con ese mágico ingrediente que supone la actualidad nacional. Lo que afecta al país, lo que a nadie escapa. Sin embargo algo me queda de todo lo empapuzado: contrariamente a las exigencias de dimisión a quienes se responsabilizaron del asunto, lo que en otros foros se aplaudió fue la transparencia y la ausencia de intervencionismo de la cadena en la decisión de quienes tomaron parte en el juego propuesto (léase acción antagónica al hacer de Urdaci).

Yo también me encontré en esa televisión abierta en la que circulo como un vagabundo, sin disfrute de la manduca que regala el prime-time, la parte final de la pérfida gala, Observador, y contrariamente a mis gustos, intereses, necesidades o sensibilidad, decidí aguantar la morralla hasta la resolución (no sin constantes cambios de canal ni de “miradas fuera” que paliaran el hiriente embiste que tales programas producen). Yo, quizás también tú, sentí el frío dolor que padecieron los verdaderos artistas, el frío impertérrito de quien contempla sin posibilidad de intervención cómo se derrite aquello por lo que luchas. Quienes en silencio ahogaron su verdadera opinión, quienes no se pronunciaron por no perder el casi siempre falso amor del público. Sentí el fuego que surge de quienes saben de los años de trabajo, de la vocación milagrosa, de la ocasión única. Y sin embargo el frío no me conmovió, tampoco el fuego.

Escribir que para mí nada significa Eurovisión, algo a lo que ni mi infancia ni Rosa de España me acercó, es como decir que a Ansón le gustan los concursos de belleza. Escribir que me alegro de que tal o cual represente a España en tal evento, que me importa o recuerdo algo al respecto, vuelve a sobrar por su obviedad. Quizás me interese y me induzca a la reflexión el giro que puede producir un grupo creativo sobre los acontecimientos, El Terrat en este caso. Eso sí produce algo en mis sistemas: miedo, desconfianza, recelo. Eso sí me hace sentir incluso antiguo, me acerca a Orwell, a Huxley, me provoca un estado de antipatía hacia ese nuevo modo de incidir en el mundo que además se desarrolla con probados resultados. Lejos de empujarme a la banal discusión sobre lo acertado de nuestro burdo candidato al zafio concursito, me arrastra a la reflexión sobre la vulnerabilidad de la masa social hacia ataques estratégicamente dirigidos: creo que es una distracción no aplaudir y temer el acertado análisis social y la planificada campaña de la camada hermana de Buenafuente.

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