Desencantos y quejas
En mis adolescencias de acnés y visiones revolucionarias me llevé los primeros desencantos. Las inquietudes de un mundo mejor y las ilusiones de una sociedad deseablemente repartida y justa se fueron diluyendo con los primeros pasos de la era democrática. Los encantadores de cuentos me fueron desengañando y mis sueños se los fueron comiendo muchos hombres del saco, que esquilmaban dineros públicos con total impunidad y que jugaban a ser políticos sobornados por enmarañadas empresas privadas. Mi Felipe González pactó durante más de trece años con nacionalistas vascos y catalanes, descartando a otras alianzas a su izquierda.
Concesiones que el tiempo cobró factura y, hoy, nos quejamos de sus reivindicaciones independentistas mientras devoran las arcas comunes del Estado. Mi Felipe nos aleccionó de una OTAN maravillosa cuando dos días antes se manifestaba contra ella. Mi Felipe inició la cadena de privatizaciones de empresas públicas y hoy ya no nos queda nada. Mi Felipe no renunció a su pensión vitalicia, fichó por Fenosa a precios insultantes mientras seduce en conferencias y en prósperos negocios particulares. Aznar, casi con el mismo currículum, era del otro bando y no supuso para mí ninguna sorpresa. Así, uno y otro, acabaron por desesperarme.
Me desencanté el año 1982 y no he parado de quejarme. Zapatero se ha ido muy tarde y Rubalcaba, queriendo recuperar el terreno perdido, promete reformas que no se atrevió a solicitar ni defender en sus distintas etapas de gobierno. Rajoy se cree victorioso porque va a vencer, sabiendo que no va a mejorar la situación actual pero valiéndose de una ignorancia general que confunde gestión con crisis, y por tanto fácilmente manipulable. Yo, entre tanta demagogia, ya me considero un quejica desconsolado, desilusionado y casi sin remedio. Me quejo de los derechos pisoteados, de los despidos improcedentes pero legales y de tanta ceguera.
Me quejo de que Telefónica, con beneficios injuriosos, eche a la calle a miles de empleados con el visto bueno del Gobierno. Me quejo de que Bankia, mi nuevo banco por obligación, me cargue 6 euros al trimestre por tener una cuenta que salda mi hipoteca. Me quejo de que directivos de la CAM no estén en la cárcel. Me quejo de que Zaplana, al que daba por perdido, siga teniendo dos guardaespaldas, con lo feo que es. Me quejo de que Camps admita la oferta del Consell Jurídic Consultiu y cobre por ello 57.586 euros al año, añadiendo secretaria, chófer con coche oficial y dos escoltas, todo con efectos vitalicios. Me quejo de que Ripoll se apunte al paro y vaya a percibir casi 1.400 euros para paliar su pobreza.
Es una afrenta a quienes de verdad no llegan a final de mes, a quienes han sido despedidos con más de cincuenta años y no van a volver a ser nunca contratados, a quienes buscan su primer empleo con portazos en las narices, a quienes pasan penalidades sin esperanza alguna. Y antes de conceder retribuciones a don José Joaquín que se indague si tiene servicio doméstico en casa, sirvientas, jardineros y chóferes, porque los tiene. Me quejo de que la plaga de adversidades recaiga siempre en los mismos; y a los chulos, a los listos, a los que siempre se cuelan, a los que roban en tus narices sin inmutarse y despilfarran los dineros, nadie les tose en la nuca, ni advertencias judiciales ni reprimendas de Hacienda.
Me quejo de que Los Verdes Ecopacifistas ataquen con descaro a nuestro alcalde por no oponerse a las corridas de toros, cuando son cosas distintas las opiniones personales y las decisiones de regidor; me quejo de que estos Verdes desconocidos ya intentaron confundir al electorado en los comicios del año 2003. Me quejo de que Cospedal apruebe subidas salariales a los diputados de Castilla la Mancha, contradiciendo acciones ejemplarizantes. Sí, sigo siendo un quejica pero, si no demuestran otras intenciones, plañidero con razón.