Pues ya está, ya se han acabao. Han pasado un año más las Fiestas de Moros y Cristianos. Visto, no visto y hasta el año que viene. Fugaces, divertidas e intensas, como casi siempre. Ya se han puesto duros los rollicos de vino y las lluvias de estos días ya han limpiado las calles de confetis y serpentinas. Es curioso el peculiar hueco que se le queda a uno cuando llega a casa el día 9 y cuelga el traje en ese viejo perchero. Se te queda una sensación dentro tan banal como trascendente, un vacío tan raro como inconfundible.
Cuando terminan las Fiestas, todos los años sin excepción desde su publicación, procuro releer el mismo libro de mi biblioteca. Me sirve para desprenderme del espíritu festero, desconectar el modo nazaríe y pegarme unas buenas risas. Porque “Día 4 que me fuera”, de Andrés Ferrándiz Domene, es un libro escrito precisamente para eso. Para reírse con nuestras amadas Fiestas Patronales. Con ellas y de ellas. En sus breves relatos, llenos de ironía, sátira y mala leche, hay espacio para meterse finamente con todos y cada uno de los elementos festeros. Desde los arcabuceros hasta los rodadores de banderas, sin olvidarse de almuerzos, carrozas, cabos, verbenas o escuadras especiales. Es un libro buenísimo, con algún artículo sencillamente magistral. A mí me resulta imposible no soltar alguna carcajada, no dibujar una sonrisa cuando, cada septiembre, me vuelvo a ver reflejado en sus páginas. Creo que es sano saber reírse de uno mismo.
También creo que está mal reírse de aquello que desconoces. “Los de la chapica” es un apelativo cariñoso y sarcástico que, a modo de parodia, usa algún amigo y conocido para mencionar a los delegados, directivos y gente con responsabilidad diversa que se encargan cada año de que todo en nuestras Fiestas funcione adecuadamente. Mismo da que lleven chapica de la Junta Central, de la Junta de la Virgen o de cualquiera de las 14 comparsas. El objeto de la guasa son todos por igual. Esa especie autóctona y aborigen de abnegados e imprescindibles festeros que se transmutan por el poder de la chapica en agentes de la autoridad, en guardianes del orden y la disciplina, en soberanos con talkis, pinganillos en el oído y facultad para mandar al trullo festero a los osados que discutan sus indicaciones.
Hasta este año reconozco que me hacía gracia ese mote. Sonreía cuando alguien usaba la expresión. Me reía si alguno de mi fila, quizás hasta yo mismo, pasaba del delegado que le reñía por llevar las gafas de sol, por beber del cubata que le dan desde una tribuna o por, vete tú a saber, cambiarse de bloque a mitad del desfile. Y no puedo evitar que esas antiguas risas me persigan hoy como fantasmas. Son risas cargadas de arrepentimiento, de desasosiego. Risas que no me dejan la conciencia tranquila.
Quizás me reía porque disfrutaba las Fiestas de una manera distinta a cómo he tenido la oportunidad de vivirlas este año. De forma más despreocupada, superficial y divertida. Menos desde dentro. Pero crecer significa cambiar y no está mal ahorcar los hábitos y mudar de aires. Así que estos días, ya desde antes del 4 de septiembre, he tenido la ocasión de conocer más de cerca a esa gente con “chapica”.
Me resulta imposible despojarme de la impresión que me han producido. Hombres y mujeres trabajadores, generosos, convencidos, que sacrifican muchas horas durante todo el año para que, llegado el momento, todo esté a punto y miles de moros y cristianos podamos disfrutar de los actos sin el menor incidente o contratiempo. Directivos y delegados que con voluntad, energía y tesón, se afanan cuidadosos en vigilar cada desfile, cada detalle y cada momento de nuestros días grandes. Cierto que entre ellos puede haber algún individuo digno de estudio, algún personaje de ficción (ya lo dicen mis abuelas: “de todo hay en la viña del señor”), pero eso no desmerece un ápice el voluntario y espléndido trabajo que realiza cada año tanta y tanta buena gente.
Hablando sobre esto. Sobre las distintas maneras de vivir y entender las Fiestas, sobre el inmenso trabajo que hacen presidentes, dirigentes y delegados, sobre el esfuerzo y los sacrificios personales que en muchos casos supone su labor, una directiva de la Junta Central, de cuyo nombre no quiero acordarme, me dijo que aquí en Villena siempre era muy fácil encontrar a alguien dispuesto a criticar el trabajo hecho, reprochar los fallos, señalar con el dedo… Las cosas sencillas y cómodas, vaya. “Lo difícil es encontrar a gente que nos ayude, que nos eche una mano o, simplemente, que nos dé las gracias”.
Así que aquí estoy ahora mismo. Viendo diluviar a través de la ventana, con el “Día 4 que me fuera” abierto encima del escritorio y haciendo lo que puedo para intentar paliar en este artículo mi remordimiento por aquellas risas. Para intentar contarles a los de la chapica que por fin lo he comprendido. Que no tengo nada más que decirles que lo siento y GRACIAS.
Es cierto, gracias a toda esa gente que se encarga de que todos los desfiles salgan perfectos