Día 9 de Octubre
Pasado mañana se celebra esta festividad de los valencianos y de las valencianas, día de fiesta grande con reunión familiar, paellas, toros y de gran emoción, pues es grandioso lo que se celebra el próximo domingo, que además de todo es día de precepto para los católicos. ¿Podré soportar tantas emociones?
La verdad es que todo esto del hecho diferencial valenciano, la identidad histórica, el nuevo estatuto consensuado y con lazo, el paseo de la gloriosa señera y demás temas relacionados sin los cuales la existencia de la vida no sería posible, me permiten afirmar mi orgullo de valenciano y que por fin mi paso por la Tierra tiene sentido.
Todavía recuerdo aquel verano del 84, cuando llegó el momento de cumplimentar la matrícula en el entrañable Instituto Hermanos Amorós. Nos preguntaban si deseábamos estudiar valenciano, pues era optativo. El insigne Cipriano Císcar explicaba emocionado que en cumplimiento de la Ley de Uso del Valenciano recientemente aprobada, se hacía necesario introduir-lo progresivament. Opiniones hubo para todos los gustos y las opciones fueron dos, pero constituyeron un gesto de tolerancia y respeto hacia todos aquellos pobrecitos que, por vivir en zonas donde sólo se conoce el castellano, estábamos privados del aprendizaje de un idioma tan bonito y necesario. El interrogante era si elegir el dogma aquel del saber que nada ocupa o tomar las de Villadiego, que es lo que hizo un servidor pues ese era el sentir general del alumnado de Villena.
Pronto debieron conocer el dato en la Consejería, intuí. En Villena había entusiasmado la idea de aprender valenciano, de tal modo que debieron rectificar la norma sobre la marcha y al comienzo de las clases del curso 1984-85 nos encontramos que donde dijeron optativo dicen obligatorio con solicitud de exención para aquellos que sigan en sus trece. No podemos pasar por alto con la malsana intención de obtener conclusiones capciosas, la visita con que nos dispensó el Honorable Juan Lerma, a quien tanto debemos, durante la jornada del día 5 de septiembre de aquel largo y cálido verano. Desde luego que de esta fecha recordamos dos conclusiones, una expresa y la otra presunta. La primera fue una gota fría grandiosa y valenciana durante la Entrada y la Romería, mientras que la segunda, insisto en su presunción, es que entre comparsa y comparsa los protocolarios hablaron más que de fútbol y de fiestas. De lo que no quedó duda es de que se supieron cuidar extraordinariamente bien, pagando con dinero de la administración que para eso eran nuestros representantes, y cuya factura fue recogida por el genial y recordado Fernando Vizcaíno Casas en su libro La letra del cambio, en el que ironizaba magistralmente sobre la conducta de los cargos públicos electos durante los añorados primeros gobiernos socialistas. El propio Vizcaíno Casas me comentaba durante una visita a Villena al año siguiente la historia y los detalles sobre como llegó aquella factura a sus manos. Como confidencia me lo relató y por confidencia callaré.
De modo que a partir del momento en que el valenciano se convirtió en materia de estudio obligatoria y trascendental para la educación, muchos no lograron entender cómo algunos estudiantes pudimos rebelarnos irracionalmente contra el estudio de una lengua (que todavía era considerada dialecto en los libros de lengua española) que era tan sencilla de aprender y que tantas fronteras lingüísticas eliminaba. Desde entonces mi sentimiento valenciano se acrecienta sin tregua, gracias a mis conocimientos de valenciano me he podido abrir un hueco en la vida y disculpen que me detenga, pues la emoción ante el 9 de Octubre no me permite continuar.