Opinión

¡Día Wato que fuera!

La semana pasada, publicábamos la triste noticia de la desaparición de nuestro colaborador Andrés Ferrándiz Domene en aguas del Mediterráneo. En su mensaje de despedida –oculto como recordarán dentro de una botella de Cantueso Oro–, Andrés esperanzaba a sus lectores diciendo que en el interior de un bidón de horchata –el mismo en el que había estado viviendo durante el verano para paliar los estragos del calor, el ruido y los mosquitos–, se hallaban sus últimos manuscritos.
Un equipo de EPdV, encabezado por su director Carlos Prats, se puso, nada más conocer la noticia, manos a la obra con el fin de rescatar tan valiosos documentos. Tras alcanzar la cumbre, el equipo descubrió que en Salvatierra no quedaba nada, la más mínima señal, el más mínimo rastro que demostrase que AFD había estado viviendo allí. Después de sondear toda la zona de arriba abajo, se pudo comprobar que el bidón había desaparecido. Alguien, al parecer, se había adelantado a los intrépidos miembros del equipo y se había apoderado del “botín”. Ni que decir tiene que el desánimo y la tristeza se apoderaron inmediatamente de toda la expedición. Cuatro días más tarde, cuando todo el mundo daba por perdido el legado de AFD, una llamada al Bazar de la Radio abría de nuevo las esperanzas de todos sus seguidores.

La llamada pertenecía a un hombre con la voz todavía afónica tras las Fiestas, y en ella decía que quería vender un arcabuz de Contrabandista, una cantimplora para guardar la pólvora (también de Contrabandista), un curioso juego de tapones para los oídos con extensiones de pelo natural en forma de patilla, un comedor completo para una casa de campo, un televisor en blanco y negro de la marca Kolster, una máquina de coser Alfa, un frigorífico Kelvinator, una instamatic 133 de Kodak, una lavadora BRU, una bicicleta Orbea, un ordenador doméstico Sinclair ZX Spectrum de 48k, una yogurtera Moulinex, un álbum de cromos de la liga 82-83 donde sólo faltaba Gordillo, los libros de primero de BUP y un bidón de horchata. Tras oír aquellas últimas palabras y anotar el número de teléfono, la dirección del Periódico se puso inmediatamente en contacto con el vendedor. Una vez en su domicilio, y tras casi cinco horas de arduas e intensas negociaciones, Carlos Prats llegaba a un acuerdo con la parte vendedora, y se hacía con el bidón tras abonar una importante suma de dinero. Y es que el matrimonio, ya que el hombre no vivía solo, se había negado en rotundo a vender el bidón por separado, y Carlos había tenido que adquirir todo el lote de productos de forma conjunta.

En efecto, aquel bidón había pertenecido a Andrés Ferrándiz Domene. Un miembro de la familia de los Chambileros confirmó que era el mismo que le habían vendido meses atrás a nuestro colaborador.

De lo que se encontró dentro del bidón, una vez levantada la tapa, no daremos cuenta todavía. Lo que sí podemos decir es que, entre lo hallado, se encontraba una hermosa tarjeta de boda anunciando el enlace entre Pablo y Celia, y un sobre con 30 euros que Andrés tenía previsto entregar a los novios como regalo. Este último dato es sin duda revelador, y confirma que AFD era una persona desfasada, extemporánea y anacrónica. Y es que, entregar hoy día un sobre con cinco mil pesetas no permite a los novios pagar siquiera el aperitivo del convite. No obstante, habrá que disculpar al pobre Andrés, pues hay que tener en cuenta que llevaba más de veinte años sin acudir a una boda. La última vez que lo hizo, cuentan algunos de los que compartieron mesa con él, fue cuando se casó su primo en la Dafnis, y estuvo a punto de morir apaleado, pues no se le ocurrió otra cosa que decir que las Fiestas deberían celebrarse cada cuatro años como las elecciones, los Mundiales o las Olimpiadas.

Una vez acabado el convite, después de que los novios fueran obsequiados por los amigos con toda clase de lencerías, retratos, cuadros y placas con el escudo de la comparsa, todos los invitados pasaron a la discoteca. Una vez allí, tras el vals, Andrés sufrió una terrible conmoción. De pronto, y sin venir a cuento, pues eran finales de noviembre, el discjockey empezó a poner música de Fiestas. La mayoría de la gente, que hasta entonces había estado amodorrada en los sillones intentando digerir las gambas rojas, la pierna de cordero y la tarta, se levantó como un resorte y se abalanzó sobre la pista. Todos, desde el más pequeño hasta la abuela, desde el fotógrafo hasta el conductor del autobús que esperaba en la puerta, comenzaron a agarrarse del brazo y a desfilar, sudorosos y descamisados, provistos de claveles, abanicos y puros, bajo las órdenes de un individuo que hacía de cabo con la espada de cortar la tarta, abandonado cruelmente por su desodorante, y que tenía el aspecto de haberse comido a Dios por una pata y haberse bebido las Bodegas Conca por la otra… Aquella imagen, como tantas otras vividas durante su juventud, acabaría marcando el principio del fin de nuestro protagonista.

P.D. Tras esta pequeña reflexión sobre las bodas, y esperando que a nadie se le ocurra hacer de cabo el sábado, sólo queda por escribir lo importante: Estimados Celia y Pablo, deseándoos lo mejor en esta aventura que ahora empieza, recibid miles de besos y abrazos de Paco Gracián, Andre, Mateo, Isabel, Andrés, El Observador, Fran, AFD, Aure, María Dolores, Rosa, Carolina, Sergio, Pepe y Carlos. Querido Pablo, de parte de toda la banda que hace posible ese EPdV que tan bien has diseñado y maquetas, ¡ENHORABUENA!

Actualización de última hora: Se han incluido en la noticia fotos del Día D, incluidas las últimas, que a buen seguro hacen las delicias de Andrés Ferrándiz Domene…

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