Estación de Cercanías

Días de obligada felicidad…

O eso parece que nos quieren hacer sentir, pues todo lo que rodea a estos días que están tocando a la puerta y que nos acompaña por la calle a modo de guirnaldas o estrellitas o pequeñas luces que dibujan en el cielo tiernas formas para el ensueño, incita a creerlo.
Los villancicos nos siguen machaconamente mientras empujamos el carro por el supermercado, que a su vez estamos llenando de viandas que serviremos en nuestras mesas sin ser habituales en ellas, a su vez lucen de nuevo doradas bolas y verde muérdago de pega que ayuda a la escenografía navideña para conseguir esa apariencia de calma, y amor, y calor de hogar que explotan al máximo con una amplia gama de colores tostados que abrigan del frío exterior, que son todo amabilidad, y que te imaginan siempre en compañía.

Entornos ficticios y con un fondo única y exclusivamente comercial en los cuales todo parece flotar en el aceite balsámico de unas costumbres que han pasado a ser cuasi, cuasi obligatorias. Y tan solo percibir que tengo que ser feliz el día que marca el calendario me crea justamente el efecto contrario, ablandando mis defensa afectivas y rompiendo el escudo que todos levantamos para poder seguir adelante, pues a modo de rebote, cuando más me obligo a ser feliz más desgraciada me siento, no teniendo motivos para ello, pues afortunadamente tengo lo que necesito, a mi familia y amigos con salud y ganas de estar en mi compañía.

Pero no puedo ignorar la hipocresía aceptada que tan grande como el mayor de los árboles de navidad que adornan pueblos y ciudades reluce estos días. Ese falsedad que hará que se besen los que se odian sólo porque es Nochebuena sin ninguna intención de que ese roce traspase más allá del 24, o que sólo porque así lo mandan los cánones sociales, se tengan que desear un feliz año aquell@s que esperan interiormente todo lo contrario que sus labios están expresando. Es posible que años atrás, cuando en las casas sólo había lo que se podía cultivar o criar y nadie se sentía en la obligación de tener que congraciarse con lo que no se poseía, cuando sólo llegaban los reyes y sus flacos sacos de escaso cargamento porque eran tan pobres como los visitados, cuando las puertas de las casas sólo se cerraban de noche y en invierno o cuando los vecinos eran la familia más cercana estas fiestas, fuese entonces cuando se viviese la navidad con el sentir que se le atribuye.

Pero lamentablemente hoy estas fiestas rezuman consumismo y apariencia. Todos los estímulos que nos llegan tienen como único propósito el gasto. Hay que comprar cenas exquisitas, regalos para Papá Noel y para el 6 de enero, son ideales las navidades en el spa, esquiando o en un hotel de 5 estrellas en tierras más calientes; y por supuesto lucir espléndidas galas en las cenas de año nuevo que celebrar cuanto más lejos de casa mejor, cuanto más cara mejor, porque nos han grabado a fuego que cada año es especial. Y todo esto, para aquellos que se hayan dejado atrapar por el plateado envoltorio de la falsedad, es el perfecto espejo donde ver reflejados sus fracasos y carencias al contrastar sus realidades.

Yo les deseo a todos y a todas unos estupendos días, faltaría más, y seguramente los serán si miran a su alrededor y aceptan la situación de su vida, y si de ella saben sacar la parte positiva y reír a la contrariedad para convertir el pollo en pavo trufado y la sardina en exquisito salmón sin que ello les haga olvidar el beso sincero.

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