El Volapié

Dominguín

En este mayo tan florido y taurino falleció también Luis Miguel Dominguín. Nunca lo vi torear pero Cano –decano y maestro de fotógrafos taurinos tan querido en Villena– me ha contado muchas historias sobre él y creo que sí habría sido partidario suyo. Era un hombre muy inteligente y un torero largo, llamado el largo en círculos íntimos por su elevada estatura, muy por encima de la media española de aquellos tiempos.
Sucedió que en una feria de una ciudad española –parece ser que Zaragoza– contrataron a Dominguín y a Antonio Ordóñez cuando la rivalidad entre los dos cuñados puso el toreo al rojo vivo durante el sangriento verano de 1959, aguantando cada uno el tirón del otro como si se tratara de dos leones pugnando por el mando en la manada. Luis Miguel se vio obligado a permanecer casi toda la semana de feria en la ciudad y durante las tardes de descanso se acercaba por la plaza para presenciar la corrida que hubiese tal día.

Una tarde le llamó la atención el hecho de que un espectador bramaba de júbilo mientras veía torear a Ordóñez, y se echaba las manos a la cabeza en señal de que no se podía torear mejor. Recordó que el mismo aficionado le había chillado a él sin compasión, dándole la paliza en su primera comparecencia, y decidió esperar para ver su reacción en el festejo en el que alternaría con el marido de su hermana Carmen. Son curiosos los detalles que algunos matadores aseguran haber visto desde el ruedo.

Llegada su segunda tarde, Luis Miguel dio una vuelta al ruedo con las dos orejas de un toro en la mano. Y al pasar por debajo de la localidad de semejante energúmeno comprobó como el aficionado se levantaba de su asiento y moviendo el dedo índice de su mano derecha para un lado y para otro como si fuera la aguja de una balanza, negando su mérito.
Al llegar a la zona de capotes ordenó a su apoderado que investigase quién era el molesto aficionado.

-Maestro, se trata de un óptico que tiene puesta una óptica aquí de nombre Fulanito. Es un partidario furibundo de Antonio y un detractor suyo tremendo.

A la mañana siguiente fue Luis Miguel a buscar la Óptica Fulanito. Cuando el óptico se percató de la aparición de su inesperado cliente, se dirigió a él con estas palabras:

- Buenas tardes, ¿puedo comprar unas gafas de sol?
- Desde luego, señor. Pase.

Estando los dos a solas –únicamente con el mostrador de por medio– el óptico fue ofreciendo modelos de gafas al torero. En un momento dado el diestro se encajó una de ellas y comentó con toda naturalidad:

-Qué gafas más raras, no se ve nada más que hijos de puta.
-Parece extraño, ¿me permite?

Se caló el óptico la gafas, miró fijamente a Luis Miguel a través de los cristales ahumados y espetó:

- Pues tiene usted razón, sólo se ven hijos de puta.

(Votos: 1 Promedio: 5)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba