Viéndolas pasar

Donde fueres, haz lo que vieres

Casi todos pensamos que en cualquier momento debemos exhibir lo mejor de nosotros mismos, nuestras cualidades que nos diferencian del resto, tener espíritu competitivo si se es deportista, o trepa, si se está en una empresa u organización, por ejemplo, un partido político.
Y es verdad que cuando uno es político de los que se ganan la vida voto mediante de sus vecinos y conciudadanos, no sólo debe serlo sino que debe parecerlo y es, en esta segunda parte, donde fallamos muchos aunque la primera la cumplimos por cuestión de principios. Se podría decir que muchos llegan a donde llegan por parecerlo, aunque no lo sean. Yo me entiendo.

El caso es que en estos días, mientras hablaba con un colega portugués acerca de esto de “ser bueno”, me mostró una de esas presentaciones de PowerPoint que tan de moda están, en la que, en perfecto portugués, se explicaba un hecho acontecido en la Cámara de los Comunes, si no recuerdo mal. Allí, un joven político, con su escaño recién estrenado y en su primera intervención ante sus compañeros de partido y los contrarios dio un recital de buen hacer, con un discurso deslumbrante dejó boquiabiertos a propios y extraños. Satisfecho y orgulloso, se sentó en su sillón y más tarde, su jefe de filas le dijo: “Amigo, ha hecho usted lo peor que podía hacer como político. En su primer discurso habrá cosechado no menos de 30 enemigos entre las filas de su propio partido, no digamos en las filas del partido contrario y lo que es peor, aquellos que ideológicamente son contrarios entre sí, se unirán en su contra porque usted representa una amenaza para ellos, para su futuro político. Creo, honestamente – continúo el experto maestro – que usted ha dado el discurso de su vida el mismo día que ha hundido su carrera política.”

Ya estarán pensando los políticos que me lean a quien me estaré refiriendo, tranquilos, a ninguno tengo en mente.

El caso es que ser bueno tiene esas cosas, te refuerza el ego, te sube la autoestima, la gente te respeta, te admira… y lo peor, te envidia. Es la envidia la que, con frecuencia, hunde grandes proyectos, torpedeados desde el interior por esa envidia que no conoce justicia ni juego limpio.

En días pasados se celebró esa fiesta en el Pabellón Municipal organizada por alguna de las concejalías, allí estaba Ruth y también Genci que llegó más tarde, hubo grupos, me consta, que lo bordaron, dieron un espectáculo magnífico, preparado a conciencia, con mucho sacrificio por parte de los niños y niñas protagonistas. Soy testigo de ello. Niños y niñas de Villena y también colombianos que inexplicablemente no llegaron a la final y lo digo con todo el respeto para los que sí pasaron.

A estos chavales les diría que leyesen la moraleja de esta columna mía que, de momento, prefiero que no sea buena aplicándome el cuento a mi mismo y así mantener este hueco en la 18 de este buen periódico que me permite decir lo que quiero, eso sí, en no más de 600 palabras.

Y ya que hablo del EPDV impreso, citaré aquí los foros de este mismo diario en Internet. Esta semana ha sucedido algo curioso. Un forista no identificado, anónimo y hueco, con maldad habla mal, muy mal de mi más íntimo amigo, que suele escribir en esos foros, perfectamente identificado y que firma con su nombre de pila: Carmelo. Sin embargo, a mí, al Observador, me tiene en alta estima, no encuentro explicación más que aplicando la moraleja del político inglés.

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