Opinión

El aliento de Peter Pan (I)

La publicación el pasado día 5 de octubre de la segunda parte de Peter Pan (Peter Pan in Scarlet), secuela de la famosa obra de J. M. Barrie, nos sirve esta semana como punto de enlace para dar a conocer nuevos datos sobre la infancia de AFD. Gracias al trabajo realizado por el equipo de investigación que lleva a cabo el análisis de todos los documentos hallados dentro del bidón de horchata en el que AFD pasó sus últimos días en Villena, se ha podido saber que Andrés nació en la calle Ritas, que su comparsa preferida eran los Ballesteros, que tuvo un amigo y una novia invisibles, que prefería el Bony al Tigretón, que le tenía pánico a los cobradores de las tribunas, que la primera vez que montó en tren se protegió la cabeza con las manos porque creía que el revisor le iba a pegar con una escoba y que padeció durante años el denominado Síndrome de Peter Pan: síndrome muy extendido en la sociedad moderna pos-industrial, que se caracteriza, entre otras cosas, por la inmadurez que presenta la persona adulta en ciertos aspectos psicológicos, sociales y sexuales.
Y es que, AFD, al igual que Peter Pan, siempre fue un niño que se negó a crecer. Andrés quería ser un niño eternamente para evitar las responsabilidades de la madurez, y de este modo poder pagar siempre la cuota de socio infantil, poder salir todos los años en el desfile de la Esperanza, poder obtener descuentos en La Solana al ir a ver jugar al Villena, poder saltar en las tribunas, poder tirar petardos durante las horas de la siesta, poder mancharse el chaleco, la camisa y la cara con el chocolate de los gofres y recoger caramelos y juguetes durante los desfiles de la Retreta y el Contrabando. Para corroborar todos estos datos, os ofrecemos a continuación un extracto de alguna de las memorias recogidas en su diario:

“Yo había nacido en una humilde casa de la calle Ritas. Una calle angosta y tranquila por la que no pasaban las Fiestas. Crecí entre el aroma de los hornos y las bodegas, influenciado por la bondad y la sencillez de sus gentes. Recuerdo que merendaba en la calle mientras observaba jugar a los demás niños, acompañado siempre por mi amigo invisible. Yo nunca participaba. Siempre fui un niño tísico y enfermizo y sentí de cerca la crueldad de la diferencia y la discriminación. Yo era un niño taciturno y fantasioso, que andaba siempre alelado, absorto en el planteamiento de complejos teoremas y pensamientos metafísicos que a nadie parecían importar. Por aquella época ya había elaborado un ensayo sobre los palíndromos festeros. Teniendo en cuenta que un palíndromo es una palabra o frase que se lee igual hacia delante que hacia atrás (Ana, Otto, Aroma a mora, ajos al nene den en la soja, Onán es enano…), llegué a la conclusión de que la Entrada y la Cabalgata eran desfiles palíndromos. Exponer aquella teoría me costó la enemistad de todos mis vecinos y familiares, pues para ellos ningún desfile era comparable a otro, y según decían, las Fiestas, aunque yo nunca lo viera así, eran distintas cada año. Además, ellos pensaban que un palíndromo era un recinto o lugar para jugar al palico tieso.

Del mismo modo, una tarde al salir del colegio, mientras me comía un Bony, sentado en la acera, me pregunté por qué las Fiestas (me estoy refiriendo a los principales desfiles), no pasaban por mi calle, y sólo lo hacían por las principales avenidas, donde vivían las clases sociales más pudientes. Pensé que era injusto que la gente de los barrios proletarios, que también pagaba sus impuestos, tuviera que desplazarse hasta el centro, y pagar por sentarse a ver un desfile en las tribunas, mientras que los más adinerados podían disfrutar cómodamente del espectáculo desde sus balcones, sin moverse de sus casas, y sin tener que verse sometidos a la persecución del cobrador u hombre de la riñonera. Y es que “El Hombre de la Riñonera” estuvo presente en todas mis pesadillas. Recuerdo que por la noche, al quedarme solo en la habitación, me tapaba con las sábanas y tiritaba de miedo pensando que aquella especie de hombre del saco venía a cobrarme porque me había sentado en una silla, y que me obligaba, para ello, a romper mi hucha de barro cocido con forma de cerdito donde guardaba los aguinaldos y el dinero que me daban para la Feria…”.

Llegados a este punto, y ya que nos hallamos ante la inminente inauguración de la Feria de Atracciones en nuestra ciudad, detenemos la narración para puntualizar que AFD también ideó un Plan de Bienestar Social para todos los ciudadanos de Villena que incluía, además de la abolición del cobro por sentarse en las tribunas, la posibilidad de que aquellos villeneros agnósticos o que no creyeran en el modelo actual de las Fiestas, pudieran declararse objetores de conciencia, y quedaran exentos de destinar parte del dinero de sus impuestos a la quema de fuegos artificiales, presentaciones de regidoras, etc. Andrés Ferrándiz Domene también pensó en la creación de un sistema de becas y ayudas económicas cercanas a los 300 euros, destinadas a todos aquellos padres, abuelos y tíos que tuvieran niños a cargo en edad de ir a la Feria. Un sistema que incluyera, además, el reparto de espinilleras para protegerse de las rabietas infantiles, de transiliums y pastillas contra el mareo y la instalación de una peluquería móvil a la salida del Tren Bruja para aquellas personas que pierden la laca y la gomina, y que se ven despeinadas una y otra vez después de recibir el insistente acoso (sobre todo si eres mujer y estás de buen ver) y los continuos escobazos por parte del encargado de la atracción.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba