Vida de perros

El amargo adiós

Tendré que comenzar, queridas personas, refiriéndome a una aventura que me ha ocurrido esta misma semana. Con la cabeza más bien en otro sitio tras el fin de semana y tras una dura jornada laboral, acordamos mi pareja y yo alquilar una película del videoclub –sí, todavía existen– y pasar así la noche lejos de la basura televisiva, para qué engañarnos. Pero ya les dije antes que la cabeza, lo de dentro de ella más bien, no estaba donde debía, y como empeñada en mostrarlo hizo que la película una vez alquilada se quedara en la bandeja del cajero donde fui a sacar dinero para ir a hacer la compra antes de volver a casa.
Diez minutos más tarde, al pasar por caja en el supermercado fui consciente de la pérdida. Apurado, aboné el importe de los productos y acudí rápidamente al cajero. Pero allí no había ninguna película abandonada. Alguna persona al entrar a utilizar el cajero vio la película y decidió llevársela a casa. Quizás para aprovechar el euro que cuesta alquilarla o quizás para engrosar su videoteca, sin tan siquiera la intención de visionarla. Sea como sea el caso, de lo que se trata es de una imprudencia por mi parte en relación al establecimiento de alquiler, aunque esto pase por el desprecio a la convivencia que manifestara quien suponiendo que nadie le observaba, o suponiendo que aquello que se encuentra pertenece a quien antes lo encuentre, sin atender a otro principio.

Ocurrió por otro lado en nuestra ciudad un suceso que ustedes podrán comparar o no con el que yo les he relatado. El señor Montilla, haciendo una vez más gala de su valentía y su responsabilidad, acaba de confesar esta semana la chapuza que ha llevado a cabo la Concejalía de Juventud en relación al concurso de narrativa organizado el pasado año y premiado el presente. Un concurso donde una vez que fueron anunciados y otorgados los premios, las conclusiones del jurado fueron revisadas. El resultado del desaguisado ha sido el de cuatro premios anulados por incumplimiento de las bases del concurso. Justificación primera, la del incumplimiento, para que dichos relatos ni siquiera llegaran a manos de un jurado que tampoco estuvo alerta a las normas. Pero no justificación para que el señor Montilla, quien no sólo se marcha del equipo de gobierno sino que también lo hace de los puestos de salida de su partido, se adjudique la total responsabilidad sobre el asunto (el cual dejó circular a su aire sin ni siquiera formar parte en su organización). No justifica la culpa del ex-concejal a una organización que continuará su labor tras su partida. No justifica la ausencia que vivimos en el presente asunto ni justifica la escasa labor que ha dejado notar en el área que exponemos.

Y si bien ya se despidió al concejal de Juventud en estas páginas, ahora aquel adiós se torna amargo. A sabiendas de la inocuidad de una acusación a su persona, deja que el asunto se pierda en el trasvase de poderes y responsabilidades, obviando que dicha pérdida no ocurre en la memoria de quienes apostaron por su iniciativa, ni en la memoria colectiva. Y sufrimos nuevamente un desprecio en aquellas áreas donde no hay conflicto, donde no se extiende la polémica. Y nuevamente debemos comprender cuál debe ser la postura de quienes compartimos interés en materias como juventud y cultura ante la pasividad de sus responsables. Porque todo seguirá adelante, desaparecerá y sólo quedará un mal sabor de boca relacionado con hechos de los que ya no quedará un recuerdo nítido pero sí un, repito, sabor amargo.

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