De recuerdos y lunas

El apagón

Prefiero que las Fiestas de Villena, más que espectáculo, sigan siendo espectaculares. Así lo son. Y yo me alegro. Porque si sólo fueran espectáculo –obcecación de algunos–, lo que vivimos este año en la Cabalgata no sería posible. Primero, porque en varias ocasiones la lluvia hubiera impedido el evento; segundo, porque en estos tiempos modernos cualquier apagón hace imposible continuar lo que se ofrece a un público. Un concierto, un Circo... ¡Qué sé yo! Una feria. Un cine...

En Villena yo no había visto llover a plazos como nos llovió aquella noche. Porque en otras ocasiones ha sido llover y no parar. O llover jarreando y parar. Pero en esta ocasión fue un llover y parar, parar y llover y... Y llover y parar y... Y parar y llover. Así, como de cachondeo. Como infante que juega, meando, a soltar y retener la micción a su gusto. Así el cielo. Con variedad de intensidades. Que lo mismo fue gota gorda, cortina intensa, que chirimiri.

He dicho nos llovió porque dejamos que nos lloviera. Por lo menos a la pequeña Carmen y a mí, que decidimos sin importarnos un resfriado que mientras hubiera músicos y festeros desfilando, nosotros allí resistiríamos. Y resistimos. Primero sin paraguas. Carmen se cubrió con un "Entrehoras" gigante de los que habían repartido antes del desfile y que yo había guardado para mi colección de prensa. Ya lo recuperaremos. Luego, las otras tandas de precipitación las aguantamos bajo el paraguas que nos prestó el matrimonio Tortosa Urrea con quien compartimos la contemplación del desfile y ciudadanía villenera. ¡Cuánto me gusta la gente que se preocupa por las cosas de Villena enorgulleciéndose de las virtudes nuestras, lamentando nuestros defectos! Con satisfacción y sin ceguera lo primero, sin ensañamiento lo segundo. También estuvo con nosotros Mari Cruz Rojas que por todo costado de su ser, pasado y presente, vive Fiesta comprometida y responsable. De su ser pasado, presente y también futuro. Que allí estuvo María, su hija, que no se amilanó frente a lo intempestivo.

Vencida el agua, para remate, vino el apagón. Aquí sí que veía yo que tocaba irse a dormir. Sin remedio. Cuando mi amigo Miguel Mira aventuró que iba para largo sólo deseé que amaneciera de repente. Pasaban los Marruecos. Pero siguió la noche. Mas nadie dijo de irse y lo que tocaba era seguir oyendo la música y con más amor –si cabe– y con más humor –si cabe– continuar la Fiesta. Hasta hay quien hizo chistes del apagón. Algunos irreproducibles por ser crueles, otros más comunes. A mi me contaron uno de suegras. Aquel del festero que, por no poder reconocer a nadie, vio –bien en el mal que venga– la ventaja de no tener que saludar a su suegra.

Durante el apagón, parecía increíble, pero no fue un "apaga y vámonos" porque allí continuamos intuyendo a los Marruecos que supieron a delicado desconsuelo de Madrinas por tanta ilusión trastabillada y hubo abrazo a mi amigo Pedro Hernández Valdés que en la oscuridad iba de manigero con la percusión de los Moros Nuevos, haciendo de faro con su voz rota. Si las Fiestas de Villena sólo fueran espectáculo todo esto de seguir tan hondo no hubiera podido ser. Público, festeros y músicos fueron uno, cómplices de lo asombroso en la oscuridad, en una luna de querencias. Que finalmente, rizando el rizo, los delegados de la Junta Central tuvieran que empujar la carroza de las Regidoras y Madrinas sólo fue la guinda de una noche en la que, de sentarnos en un pajar, lo más posible es que nos hubiéramos clavado la aguja.

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