El Aparato Medidor de Olores
Sin poder reprimir un leve estiramiento en la comisura de mis labios escucho a mediodía en la radio la rueda de prensa referente al asunto del Medidor de Olores que hace poco adquirió nuestro Ayuntamiento. La sonrisa es por el olfatómetro y porque recuerdo la fotografía donde un señor mostraba el uso del aparato (y por ideas que me llegan y que no escribo para no parecer que comparto las curiosidades de un niño de ocho años). La comparecencia radiofónica resulta al fin tan plagada de tecnicismos que arruinan el divertimento y arrastran a esta realidad tan real de una Villena con olor de pies, o de sobacos, sufridora de periodos con gases intestinales alternados con otros de fuerte halitosis.
El Aparato ha sido obviamente rechazado por la empresa a la que se apunta como posible glándula emanadora de los vapores municipales. Su primera carta acusa la falta de homologación en España del aparatito de marras, tomando como dato poco significativo el que sí esté homologado en Estados Unidos. Nuestro Ayuntamiento no obstante afirma que ya existen precedentes legales y sentencias basadas en estas mediciones y esperamos que en breve haya una normativa para regularlas. Es decir, que hemos comprado el aparato y lo vamos a usar, vamos a tomar las mediciones de los olores sirvan o no sirvan como prueba legal. Y es una actitud que yo personalmente considero valiente y oportuna. Porque olores hay y hasta aquí llegan. Olores disfrutamos y con ellos obsequiamos a todo ese turismo que buscamos con cierta impaciencia (diría, dados los esfuerzos). Olores que impregnan nuestros monumentos y nuestras zonas verdes, nuestros mercadillos y nuestras catas de vinos. Pero también olores que nos dan los buenos días, que nos acompañan al trabajo y se inmiscuyen en nuestras conversaciones. A nadie le gustaría que su casa oliera mal, menos que sus amistades padecieran el mal olor de su hogar.
Por eso me parece estupendo que se tome una medida. Que nos gastemos un buen dinero en un aparato que nos dé la razón, aunque hagan falta años hasta ser legalmente útil. Porque será una forma de constatar lo palpable y, diga lo que diga la empresa, será un instrumento de presión para que no quede impune la agresión a nuestro aire y a nuestros olfatos. Y, llegado el día, será el garante de nuestras quejas. Y llegado el día, no solo podremos librarnos de esos olores, sino que podremos decir abiertamente lo cochina e irrespetuosa que ha sido quien nos haya condenado a sufrir estos olores, e incluso, si las reformas de Gallardón en los próximos años no nos lo impiden, vetar popularmente a quien ha ignorado y despreciado nuestra salud y bienestar a favor de unos cuantos miles de euros. ¡Viva el odorímetro o como quiera que se llame!