El chantaje emocional de las facturas sanitarias
Me dirijo a usted, señor Luis Rosado, Conseller de Sanidad, por una más que justificada preocupación. Mi señora y yo estamos jubilados y cada vez que vamos a la farmacia a por nuestras medicinas salimos con cara de tontos. Durante los largos años de nuestra actividad como trabajadores raramente caímos enfermos y muy puntualmente acudimos al médico. Pero, respetado Conseller, las goteras del tiempo aparecen más tarde y hemos llegado a una edad que entre un dolor por aquí, otro por allá, una revisión de rutina y unos análisis por necesidad han derivado en achaques crónicos que necesitan tratamientos farmacológicos prolongados.
Mi mujer, enferma de Alzheimer, requiere mensualmente Icandra, Lantus, Zarator, Incopack, Exelon, Isodiur, Sevikar, Nitroplast, Disgren, Omeprazol y Tena. Yo, menos medicamentos, tan sólo Serc para los mareos, Gelocatil para el dolor y Ventolín para mis congestiones de pecho. A ella le echan en cara que el coste de los tratamientos es de 5.304,77 euros; los míos son de 230,52, circunstancia que me produce alivio. Pero luego hago cuentas y he llegado a una conclusión, y es que ustedes, la Sanidad en general, quieren matarnos de un disgusto. Porque parece que nos restriegan con las facturas que les debemos la vida, que somos unos aprovechados, que estamos malos porque queremos y nos invaden, por tanto, los remordimientos.
Chantaje emocional se llama. Le adjunto un informe de mi vida laboral. Cuarenta años trabajados ininterrumpidamente en distintas empresas, algunas como autónomo. En todo ese tiempo tres bajas laborales, por apéndice, hernia inguinal y un ataque de lumbago. En total tres meses de pérdidas al trabajo en cuarenta años. Pero yo, cuando voy a la farmacia a por medicinas, no llevo al farmacéutico mi vida laboral, ni le presento cuánto he cotizado a la Seguridad Social. A usted, señor Conseller, sí se lo voy a decir. De una media de 1.600 euros mensuales he multiplicado la Base Reguladora por el Promedio de Cotización, sobre un 38%, y obtengo mi estimación aportada a la SS.SS que, junto a la que han tributado las empresas en la que he prestado mis servicios, confirma que les he abonado una brutal cantidad de dinero. Esta cuantía la multiplico por los doce meses del año, el resultado por otros cuarenta años de trabajo y usted se cae de espaldas.
Sé muy bien que en mis primeros años cobraba mucho menos y que no existía el euro, que es la moneda que computa ahora los números, pero mi mayor liquidación en los últimos tiempos compensa las diferencias. Al poco de jubilarme me operaron de cataratas, cuya cuantía asciende a 1.600 euros. Años más tarde de una cadera, que entre pruebas preoperatorias, cirugía y rehabilitación, 6.000 euros más. Sólo espero que todavía tenga tiempo de que me intervengan del otro ojo, de unos juanetes que me dan la lata y de una rodilla que me falla últimamente, si es que ustedes no aplican el Copago y tenga que costearme mis tortuosas necesidades.
De manera que, cuando tenga que volver al hospital a una revisión o a la farmacia vecina para que nos suministren las recetas, llevaré conmigo mis cuentas para demostrar que mi columna de Haberes aún tiene más cifras que la columna de Deberes y que cuando mi mujer y yo fallezcamos todavía no habremos agotado todo el dinero que a sus arcas, por obligaciones ciudadanas, les apoquinamos. Cuatro décadas con trabajos, sudores, lágrimas e incluso sangre, abonándoles buena parte de mi salario, para que ahora me avergüencen que si estas pastillitasvalen esto o ese jarabe vale lo otro. Parece que nos dan un sopapo cuando vamos a por las medicinas, aunque estoy pensando que ustedes los políticos se ahorrarían dineros y nosotros achuchones si pusieran en el Ventolín cianuro. Aunque me apunta mi señora que no dé ideas.