De recuerdos y lunas

El cónsul de Sodoma

Cuando en ocasiones nos hemos referido con estima al poeta, queríamos decir Jaime Gil de Biedma; hace poco más de un mes en candelero por la polémica que ha levantado una película sobre su vida, película titulada "El cónsul de Sodoma", dirigida por Sigfrid Monleón. Para algunos el título ya dice repugnancia.

No me sorprenderá –aún no la he podido ver– lo que pueda salir en esta película que dicen biográfica, porque lo que me podría sorprender de quien yo admiraba lo intuimos leyendo su "Diario del artista seriamente enfermo" (Lumen, 1974) y lo corroboramos en "Retrato del artista en 1956" (Lumen, 1991). El primero publicado en vida del poeta con autocensuras. El segundo, póstumo por voluntad del escritor y remedo desnudo del anterior desvelando lo cribado. Sin sisas. Así, lo que nos podría sorprender de Gil de Biedma ahí quedó ya visto. A pelo. Él mismo lo contó en estos diarios.

En el "Retrato..." se nos cayó el hombre, pero nunca el poeta que tantos ratos gratos de lecturas en soledad y en compañía nos había hecho pasar. Especialmente en los años de estudiante universitario. Precisamente, en pleno fragor de la polémica, en especial desatada por Juan Marsé que ha calificado la cinta de "grotesca, ridícula, falsa, inverosímil, sucia, pedante, dirigida por un fallero incompetente y desinformado, mal interpretada, con diálogos deplorables", "desvergonzada, de título infamante y producida por gente sin escrúpulos", "peor que mala" y "una ofensa a la memoria del poeta por su estupidez y su grosería" (El País, 9.01.2010), en este pleno fragor, el escritor José Luis Ferris, exteriorizando una experiencia tan personal y dura como la pérdida de su padre, reivindicaba la poesía de Gil de Biedma como terapia contra el dolor en su aquella experiencia de dolor. Lo hacía en Información (10.01.2010) titulando su artículo con el título de uno de los más intensos poemas del poeta, "Contra Jaime Gil de Biedma". Poema de ese ser que borracho se nos descubre patético, memo y cacaseno y que se enfrenta al espejo que no miente escupiéndose toda sinceridad. Contra sí mismo. Contra nosotros mismos.

La grandeza del arte –un cuadro, una sonata, un poema...– es que sus obras, que pueden haber sido creadas en circunstancias concretas y con objetivos determinados, luego sirven para circunstancias distintas para las que fueron concebidas. Así, las usamos a nuestro entender o necesidad. Las hacemos nuestras. No sé si esto es un poco tergiversar pero es que según circunstancias hay arte que nos dice cosas acaso alejadas de las pretensiones del autor.

Que la vida particular de Gil de Biedma que aborrecía mucho el olor de la castidad, vida salpicada de borracheras accidentadas, de vicios inconfesables excusados en la búsqueda de ternuras, de continuas liaisons dangereuses, de desespero "por haber nacido tirano y de trabajar –se autoinculpaba burgués– en una sociedad que es un símbolo de la tiranía", vida de bon vivant... que esa vida no nos parezca aleccionadora o nos parezca hasta delito en algunos episodios filipinos, no resta maestría y soberbia a unos versos que tantas veces nos sirvieron. "La vida es muy larga y las noches a solas más largas todavía" —escribió quien no llegó a vivir sesenta y un años sino intensamente. Quizás demasiado intensamente picoteando calores en un taxi, en una plaza, en una calle, en un aeropuerto, en la barra de un bar sin apenas pudor ni prejuicios. No será la primera vez que se nos desmonta un mito. Exigir plenitud de perfección a quien por algo nos atrae es mucho exigir. Ni siquiera los dioses grecolatinos eran perfectos. Ni lo pretendían.

Happy ending?

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