El derrumbe
Al parecer la noticia del derrumbe de la Plaza de los Toros ha sido acogida desde los más variopintos ángulos. O se ha restado importancia al hecho, presumiendo de que se trata de gajes del oficio. O se ha insistido en la teoría de que la precariedad de la época de su construcción obligó a utilizar materiales de baja calidad. O se ha concluido que el derribo del resto de graderío, defendido a ultranza hasta hace días, ha propiciado el debilitamiento de la estructura. Etcétera. La noticia del derrumbe ha sido acogida por la ciudad desde los más variopintos ángulos, provocando sonrisas y lágrimas, pero sin provocar al parecer la suficiente indignación.
Mi punto de vista, por si alguien lo dudaba, siempre ha sido opuesto a éste como a cualquier otro proyecto de intervención sobre la Plaza. No repetiré los motivos que me llevan a esta postura. Incluso me reservaré la opinión acerca del derrumbamiento de uno de los muros que hasta el momento pudo sostener la ortodoncia que rodea la Plaza por el módico precio de quinientos euros diarios. Porque si tengo algo que decir al respecto ya no es relativo al edificio en sí, ni a su historia pasada ni a sus expectativas futuras. Llegados a este momento de debilidad económica, de escasez de puestos laborales, llegados a esta situación local de presupuestos prorrogados y de asociaciones reclamando las ayudas prometidas; en este aquí y ahora, creo que Villena se ha metido en un gasto que es o será incapaz de soportar.
Y no pongo en duda la palabra del President cuando prometió que la Generalitat pagaría nuestra Plaza. Pero sabemos, y quien no lo sepa puede corroborarlo, que esos pagos se realizarán en la medida en que el presupuesto de la Generalitat pueda soportarlo. Un año cumplirá con lo establecido, otro año cumplirá menos. Sea en cuatro o en veinte años, al final será ella quien se encargue del gasto. El problema es que mientras tanto deberán ser las arcas de la ciudad quien cubra los pagos mensuales de las empresas que trabajan en dicha construcción. Pagos necesarios para que dichas empresas puedan sostenerse, para saldar el gasto de materiales y el salario del personal contratado. Así, sujetos a la solvencia de nuestra autonomía, una de las más endeudadas según las estadísticas nacionales, nuestra ciudad, con una venda en los ojos, se muestra dispuesta contra viento y marea a sacar adelante el proyecto. Cegada por una promesa electoral o por la insistencia de un puñado de vecinos y vecinas. Como frente a un ahora o nunca. Dispuesta a avalar esa enorme suma de dinero que irá llegando. Sin dar importancia a las circunstancias actuales, sin ver algo que tenga más urgencia o más utilidad.
Villena entonces corre hoy el riesgo de ahogar su presupuesto cubriendo los impagos, aplazamientos, generados por la Plaza de los Toros que la Generalitat sufragará en la medida de sus posibilidades. Ahogar nuestro presupuesto actual con la certeza de que llegará el día en que recuperaremos nuestro dinero. Pero da igual que dentro de diez años los presupuestos autonómicos terminen de sufragar el gasto que hoy ocasionan las obras en la Plaza. Porque dentro de diez años esta maldita crisis habrá pasado de largo.
Y el problema lo tenemos hoy. Y mañana. Y el próximo semestre. El problema lo tenemos estos días en que necesitamos que el dinero de nuestras arcas apoye a nuestra ciudad para salir de la crisis, para hacerla más liviana o para auxiliar a las personas más desfavorecidas. Y por eso es un problema adelantar de nuestro bolsillo el dinero que debe llegar de la Generalitat. Sacrificarnos para tener una Plaza de los Toros que es un costoso lujo en sí y cuyo mantenimiento gravará todavía más el gasto municipal Un edificio millonario de dudoso uso, cuya aportación a la cultura local es más que sospechosa
Aunque ahora sí, tras barrer del mapa sin pena ni gloria el Pabellón Municipal Pabellón Festero para destinar su solar a la construcción de la Piscina Cubierta y la Zona Cero Junior, quemados los barcos, se entiende que la Plaza es la ubicación donde alojar los actos de presentación de las madrinas de aquellas comparsas que no cuentan con un local apropiado y se servían del Pabellón para realizarlos. Del mismo modo el Pabellón era el lugar destinado para desarrollar las sesiones de educación vial con el alumnado de todos nuestros colegios, pero esta orfandad no está prevista que la solucione la nueva Plaza. Ni creo que la nueva Plaza pueda ser utilizada tan alegremente como el Pabellón por las asociaciones culturales, vecinales o sociales para realizar actividades puntuales.
Lo que yo sentí entonces tras el nuevo derrumbe del muro no fue el derrumbe de un muro, sino el derrumbe de nuestra cartera, sino el derrumbe de una instalación que ha servido para acoger mil y una propuesta, sino el derrumbe de nuestras inversiones futuras. Así, al desplomarse el muro de la Calle de los Toreros, me pareció tomar conciencia de que no hay marcha atrás, de que ni siquiera existe la posibilidad de abandonar la construcción y dejar que caiga en manos de esos, nuestros amigos, los bancos, de que sólo podemos sacrificar nuestro presupuesto durante años para su construcción o sumarnos a esa lista de ciudades que abarcaron grandes proyectos y ahora sólo cuentan con un edificio a medio construir, un edificio abandonado. Nuestros antepasados cercanos la levantaron gracias a su sacrificio personal, pero nuestra descendencia la tendrá en derecho por lo que de su bienestar hemos sacrificado.