El ejemplo de los mineros
¿Se acuerdan ustedes? A los estudiantes manifestados hace unos meses en Valencia el Jefe de Policía los definió, torpemente, como el enemigo; ahora, los medios periodísticos a sueldo y las voces oficiales determinan a los mineros leoneses como terroristas. Porque defender sus derechos con los recursos que les quedan ya no es un acto heroico, sino una vil canallada. Ya llevo tiempo diciendo que el mundo camina al revés y las barbaridades de los que mandan pretenden silenciar cualquier brote de rebeldía, y si es resistente es tildado de vandálico. ¿Y por qué pongo de ejemplo a los mineros? La respuesta es tan simple como contundente.
A los funcionarios les están fundiendo a base de bien. Rebaja de salarios, más trabajo que prestar, ausencia de sustituciones, supresión de aulas y de profesorado, cierre de Centros Integrados de Salud en verano, aumento de pabellones prefabricados, incremento de alumnos por clases, unificación de estudiantes de distintos niveles, ascenso de tasas universitarias, cancelación de comedores escolares, privatización de universidades y hospitales, exhaustivos controles de calidad y mayores subidas de impuestos; pues resulta evidente que sus puestos de trabajo están asegurados y, por tanto, sus nóminas son fácil presa para el abuso.
Los parados, casi cinco millones oficialmente, se pierden en las horas del día porque las ofertas de empleo se colapsaron hace tiempo, los trabajos sumergidos tapan agujeros pero destapan inmoralidades y oportunismos, ignorando que el pan de hoy será hambre para mañana, e inmovilizan su indignación porque tienen la esperanza de que es una angustia pasajera y desconocen los recortes que les esperan. Las asociaciones socio-sanitarias están sin aliento y en los últimos coletazos, las farmacias tampoco cobran, los abogados de turno de oficio a dos velas y los pensionistas estrenándose con los copagos y pronto con tijeretazos en sus nóminas.
Todo el mundo a pagar las frivolidades de hijos de putas, mafiosos, políticos, empresarios y banqueros. Todo el mundo a agachar la cabeza y a resignarse con la cruz que nos ha tocado, como si fuera un castigo obligatorio. Pocos tienen conciencia de la gravedad de la situación y pocos son los que se plantan al avasallo como quienes plantan cara a un maltratador. Ni los funcionarios, que no quieren perder más acosos, ni los parados, que no quieren perder su paga, ni los pensionistas, que quieren acabar como están, ni los trabajadores por cuenta ajena, que no quieren líos ni despidos, están por la labor de ladrar a nadie, ni siquiera a quienes les quitan la comida.
Los mineros son de otra especie y casta, de otra forma nada conformista de ver las cosas. Y son así porque lo llevan en lo genes, en la misma sangre con sentido colectivo, que antes que ellos llevaban su antepasados, sus bisabuelos, sus abuelos, sus padres. Son personas que se juegan la vida desde que empezaron a trabajar a más de 500 metros bajo tierra, sin luz, sin aire y sin mecanismos de defensa ante una eventualidad. Sólo les aferra su trabajo y el alimento de sus familias, sabiendo ellos que la silicosis los enterrará más tarde que temprano. Nada temen pues, estos gladiadores del carbón, de la hulla y la antracita.
Y cuando el Gobierno se propone reducir las ayudas al gremio en un 63%, aludiendo su escasa rentabilidad al considerarlo un sector en crisis, los mineros recuerdan que la Banca también lo está y reciben barbaridades para su saneamiento. Raseros distintos, criterios injustos, decisiones desmesuradas. Si unos tienen bendiciones y otros maldiciones, ¿qué conducta esperan de estos mineros? Antes que el hambre, la muerte, antes que la vergüenza, la dignidad. Las clases medias y lastimadas aún no saben lo que está en juego. Ellos, los mineros, sí. Y no se arrodillan.