Cultura

El emblema del capitalismo en el Teatro Chapí

El trabajo general en esta trilogía es impecable: interpretaciones, iluminación, dirección musical…

Un par de focos mantienen iluminado el patio de butacas tras apagarse la luz de sala, un actor se sienta en las escaleras que suben al escenario para dar comienzo al espectáculo. Con él se establecen las claves teatrales: la ruptura de la cuarta pared, el guiño cinematográfico, el lenguaje directo y el juego con el público. Códigos a los que, tras recoger el telón y mostrar el escenario, se sumarán el carácter narrativo, la multiplicidad de personajes y de espacios y el empleo de música y canciones para desarrollar la historia.

Así, con todo muy claro desde el principio, los seis actores dirigidos por Peris-Mencheta se adentran en la vida de la familia Lehman: desde que en 1844 Heyum Lehman llegara al puerto de Nueva York hasta la caída de su banco de inversiones en 2008. Una vida, la de esta familia, que por contemporaneidad pone sobre la mesa mezquindades humanas similares a las que  vimos en Pozos de ambición  o El lobo de Wall Street: con el dinero como dios y el capitalismo como religión. Una vida, la de esta familia, poco ejemplar, que la pieza teatral critica livianamente con tono humorístico y cabaretero: lo que podría resonar a las maneras de Bertolt Brecht queda así dulcificado.

La escenografía de Allen Wilmer parece sugerirnos una atracción de feria, como el tren de la bruja o la casa del misterio

La escenografía de Allen Wilmer parece sugerirnos una atracción de feria, como el tren de la bruja o la casa del misterio, con un piso elevado dividido en tres espacios sobre un pequeño teatrito que tiene su propio telón y queda en medio de dos arcadas por donde también entran y salen los personajes. Delante de esta fachada nos encontramos algo similar a una pista circense donde en ocasiones una cinta transportadora circular hace entrar o salir a personajes y objetos a través de las arcadas. Un juego interesante, eficazmente empleado, que da dinamismo y ritmo al espectáculo. También es destacable el modo en que la escenografía, igual que el vestuario, acompaña al transcurso de más de un siglo de historia y muestra el crecimiento económico de los Lehman.

El trabajo general en esta trilogía es impecable: interpretaciones, iluminación, dirección musical… La pieza consigue incrustarnos en el cerebro una estética difícil de olvidar; logra con sencillez hacernos viajar a través de generaciones y de ciudades, viajar a través de la historia situándonos ante grandes acontecimientos transcendentales; y narra con claridad las diferentes peripecias que los distintos miembros de los Lehman tuvieron que realizar para alcanzar el éxito. Si a todo esto sumamos el afán porque resulte una pieza entretenida, tenemos un producto muy recomendable.

Por mi parte, queridas personas, siento cierta insatisfacción por el tratamiento de la temática: donde prevaleció cierta objetividad sobre las decisiones y actitudes de esta familia incapaz de valorar la humanidad por encima de la economía. En este sentido, ni el tratamiento bufonesco, grotesco, de algunos personajes y acciones me sirvió de consuelo. La pieza ni premia ni condena, ni tiene obligación de hacerlo, aunque en ocasiones pueda resultar tentador. Por mi parte, repito, creo que la temática ofrece suficientes argumentos para destapar heridas, para mostrar contradicciones y para convertirse en materia de debate.

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