El espectador
No es lo mismo espectador que aficionado, porque al espectador suele faltarle instrucción taurómaca elemental. A comienzos del siglo XX al verdadero aficionado se le adjetivaba como inteligente conforme a la acepción del término referido como entendido en esta materia.
También por esa época, entre los años 1916 y 1930, José Ortega y Gasset escribió una serie de ensayos recogidos en uno de sus libros más estimados, conocidos y divulgados. El Espectador es una obra de lectura obligada para todos los que deseen conocer el parecer del filósofo sobre temas tan variopintos como arte, literatura, toros y otros espectáculos, historia, política, mujer
La obra de Ortega consiste en una meditación sobre la vida humana en un mundo real en el que todo interviene. De hecho el propósito de la filosofía de Ortega es entender el hecho y el uso de la vida humana.
Para el espectador de corridas de toros todas las suertes son iguales, no aprecia las condiciones del ganado porque las desconoce y poco estima de los lidiadores salvo la temeridad, no pocas veces sólo aparente. Aplaude más el salto de la rana que la trincherilla con sentimiento y está más pendiente del griterío del tendido que de lo que sucede en el ruedo.
En la vida cotidiana los espectadores asistimos impasibles, por ejemplo, al modo como los judíos combaten el terrorismo de Hamas. ¿Se puede escribir o pronunciar la palabra judío en una noticia o en un artículo? Cualquiera diría que hay un pacto de omisión en este sentido. ¿Ya no recuerdan los judíos lo que han sufrido a lo largo de la historia debido a la intolerancia? ¿Acepta la ONU la Ley del Talión? Mientras, los espectadores nos tragamos el rollo mediático de que están legitimados por estar defendiéndose del terrorismo. Aun aceptando que los terroristas islámicos usen como escudos humanos a sus propios hijos, nadie puede esgrimir como válidos los ataques porque en tal caso también serían legítimos los ataques militares en los territorios del País Vasco. Sin embargo nuestros gobiernos se limitan a los minutos de silencio y a la legalidad, aunque dejando manga ancha en demasiadas ocasiones.
Los espectadores tampoco deberíamos aceptar que de las arcas públicas saliese un solo céntimo destinado a apoyar insurgencias terroristas de cualquier clase, premisa que no está del todo clara en la mente de nuestros políticos. Como más reciente aludiré a nuestros dos últimos Presidentes del Gobierno, dejando muy claro que la tolerancia de Aznar fue más razonable que la desfachatez de Zapatero.
Este último nos proclamaba hace justo un año haber vencido al paro y tachaba de antipatriotas a los que expresábamos nuestra preocupación por ello. En este momento y por desgracia hay millones de espectadores sin trabajo. Espectadores que, según las encuestas, volverán a votarlo en cuanto puedan.
Los espectadores hemos visto como el Presidente del Gobierno Vasco acude a su juicio como imputado para hacerse una foto con Otegi y pedir que se alargue su causa mientras que en la vista oral pidió hasta seis veces que se anulase el juicio. Ahora su único objetivo es enlazarlo con la campaña electoral y obtener el correspondiente rédito en las urnas.
En nuestra ciudad los espectadores asistimos impertérritos a una lucha intestina de tomo y lomo entre los que tienen la obligación de administrar y gobernar. Estos, sin entrar en otras consideraciones, no tienen el menor pudor en airear sus problemas en vez de obrar con diplomacia y extremar su dedicación a quienes les pagamos. Tal vez por esto la política me parece una faena de segunda clase. Así termina un capítulo de El Espectador de Ortega. Yo sólo estoy de acuerdo.