Apaga y vámonos

El Himno

Villena, nuestro particular Macondo, cuyas calles todas son un inmenso marco incomparable, ya tiene justo lo que necesitaba: otro himno que canta sus inacabables alabanzas, la hidalguía de sus gentes, lo entrañable de sus fiestas, lo fecundo de sus huertas… ¡Aleluya!
Todos a una, “al embrujo de las notas de La Entrada”, formaremos escuadras y tropas guerreras y partiremos desde “la Losilla sin par” hasta el “Portón sin igual”, que ahí es nada. Que sepa el mundo entero que puentes y rotondas puede haber muchos, pero como el nuestro –recio y gallardo, compacto y sutil a un tiempo, digno del mismísimo Leonardo–, ninguno. Deseando estoy que se abra definitivamente al tráfico el vial al que da nombre tan singular muestra de arquitectura contemporánea, porque entonces habrá que rehacer el Himno y, en su versión 2.0, agotar los adjetivos para definir como se merece ese Stonehenge moderno, ese epicentro telúrico de la sangre de los Dioses que, convertida en magma áureo, se proyecta siguiendo el Camino de Baldosas Amarillas (calle Nueva, Corredera, J. M. López y Constitución) hasta la Octava Maravilla del Mundo, el Portón sin igual, con cuya sola mención comienzan a aflorar las lágrimas en mis emocionados ojos y un nudo irrompible atenaza mi garganta impidiéndome espolvorear sobra estas letras los calificativos que había ahorrado en mi parca descripción de ese Jardín del Edén rodeado por una gasolinera, una tienda de trajes de festero y un almacén de frutas.

Por desgracia, tras tan espectacular comienzo nuestro querido Himno decae (sólo se salva eso de “villeneros, villeneras, vuestras armas empuñar”, una provocación si pensamos que tenemos las armas de verdad empuñadas el resto del año para partirle la cara a todo aquel que no piense como nosotros…) y únicamente nos invita a “inundar de alegría desde el Castillo al Rabal”, algo para lo que, como todos ustedes saben, no hay más que ponerse tibio de espirituosos y dejarse caer rodando. Qué cortos nos hemos quedado ahí, porque digo yo que si nos atrevemos a decir que el Portón (repleto de vergeles adánicos, catedrales góticas y el sempiterno recuerdo del Mindanao) es un lugar “sin igual”, lo suyo es que nos vayamos a contagiar nuestra alegría allende nuestras fronteras, desde los Prados de Galeno hasta el Zaricejo pasando por las Casas de Menor, sin olvidar, claro está, las imperiales posesiones del Marquesado y hasta Escalona y Peñafiel… pero no, se ve que el presupuesto para comprar exageraciones se nos agotó antes de empezar, y claro, a partir de ahí ya sólo queda lo justito para topicazos, que si decir “a todas horas Día cuatro que fuera”, que si “venga alegre la Diana” a tocarnos la moral a los que intentamos dormir o que si “reventemos de gozo porque han llegado las fiestas y es tiempo de disfrutar”, como si no lo hiciéramos el resto del año sin necesidad de himnos chorras, cada uno a lo suyo y sin molestar a nadie…

Afortunadamente, cada día somos más los que estamos dispuestos a reírnos de nosotros mismos y no han faltado propuestas alternativas del tipo “vamos a crear un himno para los fuegos artificiales, otro para después del cross, otro para la Retreta…”, así como valientes que han propuesto darle a tan fecunda muestra de la creatividad local el nombre de Andrés Ferrándiz Domene, ese muchacho al que tanto echo de menos cuando compruebo con estupefacción lo civilizados que somos para ponerle título a una canción festera y lo burros que llegamos a ser para las cosas que verdaderamente importan.

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