Apaga y vámonos

El huevo Kinder

Hay que reconocer que, incluso a los que no compartimos el proyecto, la plaza de toros nos está dando un juego enorme, y no me refiero sólo al cachondeo de cifras que se trae el Gabinete de Prensa del Muy Ilustre respecto al futuro aforo, como denuncia mi vecino Paco Gracián esta semana.
De hecho, además de haber hecho verter ríos de tinta durante años, la plaza ha servido para llenar tertulias y dar paso a divertidas invenciones, a cada cual más ingeniosa, como aquella de comparar el andamiaje que sustenta la fachada de piedras milenarias –milenarias cuando gobiernan los otros, que cuando lo hacen los de ahora se pueden tirar sin empacho alguno– con una enorme ortodoncia. Visto el precio de ambas cosas, no me extraña la comparación.

Otra metáfora que he oído estos días –menos graciosa, eso sí– es aquella que dice que la plaza de toros será la tumba del PP. Quien sostiene tal cosa asegura que, tal y como andan las arcas de la Generalitat Valenciana, arruinadas a más no poder, la plaza corre el riesgo de quedarse como el nuevo estadio del Valencia: una estructura de ferralla y hormigón sin terminar y con las obras detenidas sine die por falta de pago. De momento, y a falta de pocos días para finalizar 2009, el tío Camps aún no ha soltado los casi 5 millones de euros que debía pagar este año para cumplir su promesa con Villena y no quedar como un charlatán de feria.

Con todo, lo más gracioso que he oído últimamente por los mentideros –a mi amigo J. T., para ser más concretos– ha sido la comparación de la plaza con un huevo Kinder. Como sabrán todos ustedes, estos huevos, también conocidos como Kinder Sorpresa, consisten en un huevo de chocolate con leche que contiene en su interior una cápsula de plástico con una sorpresa, normalmente un muñeco o juguete, para alegría de los más pequeños, que así, además de merendar, juegan. Y eso es lo que me dicen por ahí que lleva la plaza: sorpresa. Más concretamente, un precioso regalo en forma de planta incineradora de residuos, que ahí es nada.

Vale que nuestros magnánimos representantes políticos se han puesto de acuerdo por una vez en la vida y aprobaron la semana pasada una moción contra la posible instalación de dicha planta en Villena, pero qué quieren que les diga. Cuando hay políticos de por medio, servidor no se fía un pelo. Y si son de Valencia, menos.

Porque Villena y sus representantes pueden decir alto y claro que no queremos esa planta, pero Valencia tiene que construir 4 incineradoras en 10 años. Una de ellas en la provincia de Alicante, y preferiblemente cerca de un centro de tratamiento de residuos o un vertedero. Villena, cómo no, tiene de todo: centro y vertedero, y además un término municipal muy extenso que le permite albergar cualquier cosa, lo mismo una cárcel que un santuario para primates.

Pero Aure, si ya te hemos dicho que Villena no quiere la planta, que lo hemos aprobado en Pleno –dirán los políticos ofendidos. Claro –responderé yo. Pero resulta que un tal Jorge Lamparero, director general para el Cambio Climático de la Generalitat, que por lo visto es el que tiene que decir sobre esto, ya ha dicho bien clarito que los ayuntamientos pueden decir misa, pero estos proyectos serán declarados de Interés General y, por lo tanto, decidirá exclusivamente el Consell. Y yo ya me veo venir de lejos la jugada, señora. Pagamos la plaza, faltaría más. Pero tú te quedas la incineradora, chato. Tiempo al tiempo.

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