El Diván de Juan José Torres

El maldito desempleo

El otro día me encontré con Ramón Cerdán por la calle. Ramón es uno de los más incisivos foristas en nuestras redes sociales locales y de ideas francas e inteligentes, sólo que encontrarse con él es una amenaza a llegar tarde a cualquier sitio, aunque no se tenga prisa. La conversación tercia sobre cosas de aquí y de allá, sobre política exterior, demografía mundial, economía, paro y trabajo sumergido, de ahí las enormes posibilidades de que avancen las saetas del reloj sin que te des cuenta, porque entre otras cosas es un hombre pasional que estaría hablando del mundo y sus problemas días enteros con sus días y sus noches. Pero le cojo el guante.
El grueso del diálogo estriba en la economía sumergida y en la picaresca de la sociedad en general de seguir haciendo ella misma lo que en debates de calle critica a otros los comportamientos poco ejemplares. Ponía como ejemplo la aceptación del pago en dinero negro de las viviendas en plena especulación urbanística, causante de la burbuja inmobiliaria. O esa complicidad de la gente normal con los corruptos, detestando esas conductas pero con la seguridad de que, llegado el caso y si estuvieran en la misma situación, acabarían haciendo lo mismo.

Teniendo él razón le intento explicar que quienes son responsables de tanta locura son los de arriba, el poder político que se pliega al económico, pues ellos son el primer ejemplo de hábitos indeseados y, puesto que ese poder no da ejemplo, invita a los demás mortales, clases medias, bajas, empresarios y trabajadores a hacer exactamente lo mismo. Pongo por caso la simbolización de la sociedad en una gran estructura piramidal, donde los de arriba apelan a esfuerzos conjuntos de todos los españoles, desde la base, las clases más bajas, el tronco principal, las clases medias y la cúspide del poliedro la clase política y financiera de este país.

Pues bien, resulta obvio que los grandes esfuerzos para apretarse el cinturón lo hacen las partes medianas y bajas de la pirámide, no haciendo los de la parte superior ningún gesto de solidaridad. Es fácil entonces entender que los de abajo y los de en medio se sientan engañados y opten, individual o colectivamente, a seguir las pautas de los de arriba, es decir, si ellos pasan de esfuerzos comunes nosotros también, reproduciéndose una espiral peligrosa cual es la pescadilla que se muerde la cola. De modo que es lógico que exista el trabajo sumergido, aunque sea pan para hoy pero hambre para mañana, y que la sociedad asuma hechuras poco éticas blanqueando dinero, trabajando en negro, defraudando a Hacienda o robando al vecino. Si el predicador pregona mal sus súbditos imitan el mensaje.

Por eso afirmo que este Gobierno sólo pide esfuerzos a su pueblo pero protege a los poderosos. Veamos por qué no se ha derogado la Amnistía Fiscal, por qué Emilio Botín afirma que la economía da signos de mejoría, por qué Amancio Ortega ostenta una de las fortunas más importantes del mundo produciendo sus artículos en países tercermundistas a costes humillantes e indignos, por qué Carlos Fabra o Jaume Matas eluden la cárcel al solicitar al Gobierno una amnistía, por qué Miguel Blesa no es juzgado pero sí juzgan al juez que lo encarceló, por qué desacreditan al juez Castro desde la propia fiscalía, por qué solamente le interesa al poder favorecer a las grandes empresas que gestionan grandes exportaciones o la Banca con el dinero público, por qué se privatizan hospitales estatales para que otros hagan negocio…

Muchas peguntas con clara respuesta: el poder sólo se asocia con los poderosos y con los que mueven el dinero. Nada más. Así es fácil de deducir que desde el mandato de Rajoy haya 622.700 parados más, casi un millón de más de la época de Zp. Es fácil de comprender porque no interesa reflotar la economía de las pymes, de las pequeñas y medianas empresas, de los autónomos y de los comerciantes. Si interesara ya lo habrían hecho. ¿Cómo? Pues con el dinero destinado a los bancos exigir a éstos abrir el grifo, obligarles a que den créditos a empresas y familias ahogadas por la crisis o, en su defecto, el propio Estado.

Podrían darse ayudas fiscales a las empresas para generar empleo. En vez de que un alta laboral le cueste un ojo y un riñón al empresario darle la vuelta al asunto. “Oiga, usted va a recibir ayudas fiscales porque lo que queremos es que no cierre su chiringuito, sino que crezca. Por cada trabajador empleado le vamos a deducir gastos hacendísticos, porque queremos invertir la situación, acabar con el paro y crear las condiciones para fomentar la riqueza y el empleo. No queremos que tenga a gente trabajando para usted fuera de ley, contrátelos que le vamos a favorecer, nunca a agobiarle”.

Esto sería lo sensato. Gana el empresario que no tiene que sortear a los inspectores, gana el trabajador porque se emplea y cotiza y gana el Estado porque genera empleo. ¿Tan difícil es? No. No es difícil, pero no hay voluntad política porque cuanto más paro más contratos precarios habrá para los grandes beneficiados.

Pues eso Ramón, que si no hay trabajo no hay empleo y si no hay empleo no hay consumo. Pero los de siempre, los de arriba, a forrarse, a llevarse los maletines a Suiza y a evadir impuestos. ¡Lástima de país!

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