El Mercado Medieval
Cuando el concepto, o anhelo, de Participación Ciudadana queda a mitad de camino, tenemos aquí, en Villena, el mejor ejemplo de cómo se pueden implicar los vecinos. Ciudadanos de un barrio con gentes dispares: asalariados, desocupados, creyentes, ateos, votantes de derechas y de izquierdas, jóvenes, viejos, mujeres y hombres para revolucionar, aunque sea unos pocos días, la dignidad y la historia de su arrabal. Es verdad que la idea de Participación Ciudadana pretende involucrarse en la solución política de los problemas de las barriadas, reivindicando partidas económicas, seleccionando las preferencias para satisfacer las demandas pendientes y dotarlas de mejoras.
Pero el esfuerzo de todo un distrito, como el Rabal, donde buena parte de sus moradores se vuelcan por un acontecimiento extraordinario es un modelo de Participación, Solidaridad, Imaginación, Arrimar el hombro, Compartir habilidades, Apelar a su pasado, Proponer en el presente y Reivindicar su futuro. Si para ello, porque la crisis golpea sin piedad las ayudas oficiales, tienen que remangarse sus vecinos y colaborar con sus bolsillos, mayor admiración me produce; porque ya se sabe que cuando se trata de solicitar la cartera, los abrazos se convierten en saludos. Así, año tras año, nos deleita el Rabal con un colosal trabajo organizativo para encalar las calles, engalanar sus ramblas y mostrar su orgullo.
Este año, en su XI edición, ha seguido superándose. Si alguien pensaba que las dificultades monetarias iban a debilitarlo se equivocaron. Más sacrificios, pero también más ilusión y mayor experiencia. Han dado sus organizadores y sus residentes una lección magistral de trabajo bien hecho, ofertando una gama de actividades diferentes y simultáneas que ha hechizado a los visitantes. Magia, juglares y trobadores, aves rapaces, teatro, conciertos, procesión de las antorchas, pintura mural, exposiciones en la Tercia y en San Antón, orfebrería y cestería, fabricación de toneles, espectáculos callejeros y recuperación de juegos desaprendidos
El Rabal ha conseguido con su Mercado Medieval que el callejeo sea un paseo delicioso, el bullicio no resulte irritante, los olores a inciensos tranquilicen, los ornatos exteriores recreen las miradas y los centenares de atuendos rememoren el pasado. Si además ha sido posible el acceso al campanario de Santa María, con excelentes panorámicas, y en el Castillo de la Atalaya se podía practicar el tiro con arco y tomarse un aperitivo después de la ronda, bien que ha valido la pena el itinerario. Sin embargo lo más transformador no es ya que abra el Rabal sus puertas de par en par, sino que seduzca a otras gentes ajenas al barrio, que amigos de otros lugares, familiares de otros lares, personas desde otras zonas de la población se involucren en la causa, la hagan suya y la vivan como propia, como la generosa complicidad de diferentes grupos y personas.
Por tanto no puedo más que felicitar públicamente a los responsables del milagro. Primero a la Asociación de Vecinos del Rabal por no decaer en su entusiasmo; después a todos y cada uno de los que se han implicado para mostrar todo lo que hay, para demostrar lo que se puede hacer cuando se quiere y para convencernos de que los guetos malditos, aquellos a los que nadie se acerca porque pillan lejos o por etiquetas asustadizas, son perfectamente habitables. Retratos sociales que iniciativas como el Concurso de Fotografía, impulsado por Villena Cuéntame, ayudarán a conservarlos.
Pero este trabajo tan elocuente y laborioso, que ha cautivado hasta los medios periodísticos de media España, viene de mucho atrás. Mucho antes del éxito actual del Mercado hubo personas, encabezadas por Ángel Giner y ahora por Pepe Cabanes, que creyeron que sus calles merecían mejores suertes, que se rebelaron contra los dedos acusadores, que no querían un barrio muerto; se sacudieron los fantasmas condenatorios y soñaron que el amor propio no permite humillaciones.