¿Cómo están ustedes?

El paro

En España, el paro "a finales de 1962 afectaba a tan solo 88.145 obreros." Lo hemos leído en un librito de José Ibáñez Cerdá e Ignacio Ballesteros Ros, "España es así. Hechos y cifras. 1963", editado por Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1965. Ochenta y ocho mil parados y pico sobre una población de unos treinta millones y medio según el censo de 1960. La cifra de parados, contrastándola con la actualidad, pone los dientes largos y nos tienta a certificar aquellos versos de las coplas de Manrique que dicen que "cualquier tiempo pasado, / fue mejor".

La otra noche un vecino vino preocupado por una nota que había encontrado en su buzón. La vio desesperada. En la nota, un joven de treinta años, afirmando su capacidad polivalente, dispuesto a hacer de todo, se ofrece a cuidar ancianos. Nuestro vecino, sin desmerecer la vocación de algunos jóvenes a cuidar mayores, no dejaba de ver un tono de angustia en la demanda. Cierta frustración. Un dolor. El dolor de una situación laboral que niega expectativas diversas a una juventud que incluso estando preparada –desconocemos la formación del joven de la nota, aunque la suponemos escasa por no decir ninguna titulación– no tiene posibilidades de trabajo. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?...

Para 1962 y siguientes no debemos olvidar una realidad, la de la emigración, que sirvió de válvula de escape a una sociedad que económica, social y políticamente bullía desesperante por lo dilatado de un régimen anacrónico y carente de libertades. Precisamente, en el mismo librito que citábamos se hace referencia a la fuerte corriente emigratoria con destino principalmente a Europa que se produjo hacia 1960. Para el trienio 1960-1962 se habla de cuatrocientos mil españoles ocupados en Europa y se especifica que concretamente en 1962 salieron de España 182.211 emigrantes; de los que 98.035 fueron a Francia, 35.936 a Alemania, 10.190 a Suiza...

La política social del régimen y los parabienes que procuró el desarrollismo, entre los algodones de una sociedad que pudo amortiguar sus hambres de pan en el extranjero y por los extranjeros –el turismo contribuyó decisivamente a este desarrollo– garantizaron la paz social. Paz, si se quiere, de los cementerios de la libertad. Como suelen los totalitarismos. Lo que propicio un ambiente dulce, siempre que no se reivindicaran derechos democráticos, para una sociedad que prácticamente de la cartilla de racionamiento pasaba a la sociedad de consumo. Una sociedad en tránsito que iba desde las necesidades de nuestros abuelos y padres a nuestros primeros despilfarros. Del sacrificado y heroico guardar "por si" –por si la pedreguera, por si la helada, por si la sequía, por si...– al gastar lo aún no ganado –anticipos de sueldo, compras a plazos, créditos...

Volviendo a la actualidad, condicionada hoy por esa nota que ha encontrado mi vecino en su buzón, y viendo la disposición del joven, algunos de los ancianos a los que está dispuesto a cuidar fueron los jóvenes que en 1963, con más o menos su edad y animados a hacer de todo, viajaron con sus hatos y maletas de cartón, atadas con cuerdas de pita, principalmente a Europa. Heridos de una patria que no podía ofrecerles, salvo en un eslogan –"Ningún hogar sin lumbre, ningún español sin pan"–, ni lumbre, ni pan. María José Vilar y Juan Bautista Vilar hace unos años dedicaron al fenómeno migratorio español varios estudios de recomendable lectura. Ahí vemos ese flujo de un exilio económico que si primero, nuestros bisabuelos, fue ultramarino, a las Américas; luego, más reciente, nuestros abuelos, nuestros padres, fue a Europa. Como el que en estos tiempos se multiplica con perfiles selectos.

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