El Diván de Juan José Torres

¿El reloj no marca las horas?

Todo lo que admiro al bueno de Nadal, el tenista mallorquín, por su esfuerzo y superación, se me desmonta solo cuando curioseo sus premios económicos en relación a los torneos ganados. Sí, es verdad que no es el único deportista millonario y que hay estrellas del fútbol o del basket que también cobran fortunas. Pero claro está, cuando me entero de que el reloj sustraído a Rafa, luego recuperado, tiene un valor de 300.000 euros, se me ponen los pelos de punta. Por lo visto se trata de un Richard Mille, que no sé quién es ese, y de modelo un RM 027 Tourbillon, ignorando de qué se trata igualmente. Lo que sí sé bien es que la friolera de ese precio, para el deportista una frivolidad, serviría para saldar la deuda de Apadis y podría normalizar mensualidades atrasadas.
También me he enterado que es la firma quien regala a sus figuras de élite sus productos, con la obligación de lucirlas en sus comparecencias públicas. Todo muy normal si no fuera porque las personalidades idolatradas, como él, deberían ser más cautas a la hora de presumir lujos con los embistes económicos que hay. Además, ganando lo que gana y suyo es, podría perfectamente renunciar a la promoción de determinadas entidades, que sin duda necesitan más de Nadal que Nadal de ellas. Así las cosas me pregunto qué tiene esa maquinaria que la convierte tan excepcional e inaccesible para la mayoría de los mortales. El mío es del Moro y me da la hora puntualmente y todos los días.

Ese aparato, sin duda, tiene que atesorar unas prestaciones que sobrepasan mis escasos razonamientos. Tendrá, imagino, GPS, cuentakilómetros, detector de radares, conexión directa con satélite y acceso a Internet, Ebook, cine de estreno de películas de la Gran Vía, localización espacio-temporal, guía de primeros auxilios, manual de reparación de raquetas, encendido piloto de su coche fantástico, cámaras de vigilancia de su mansión, información del tiempo para el próximo ATP, la agenda de Telepronto, última hora del concurso El Número Uno y doscientos servicios más. Muchos beneficios debe ofrecer este artilugio para un hombre tan ocupado.

Por tanto, lo que resultaría imperdonable es que no pudiendo atender a tanto abanico de posibilidades llegara tarde a sus citas y obligaciones. Espero que no, porque casi un país entero pendiente de su victoria en una final genera demasiados sentimientos. Es por eso que, alegrando la vida a leales seguidores, no puede permitirse el lujo de provocar malestares en quienes de verdad lo están pasando mal, muchos también incondicionales suyos. Que no admita regalos insultantes que desaten desazón, que no subaste sus tesoros, que no publicite sus ganancias. El valor económico de los productos que le ofrezcan bien podría donarlo a asociaciones o fundaciones necesitadas.

Ese “¡vamos, Rafa!” se ha convertido en un grito de guerra para el de Manacor, un aliento animoso para los anónimos que empiezan o un alarido de rebeldía ante situaciones difíciles. Sólo por esa apelación a la sensibilidad y a la cordura el gesto sería grandioso, prescindir de un prohibitivo reloj; que si además es hurtado resulta un acervo indecente y si es repuesto un deber desaprensivo. Robin Hood robaba a los ricos para beneficiar a los pobres; a Nadal le afanó un empleado idiota para acabar en la cárcel. No son ejemplos comparables, pero el elegido abanderado olímpico podría explicar muchas cosas y preguntarse para qué pueden servir 300.000 euros.

Las saetas de mi modesto reloj no cantan en los encuentros de los piadosos pasos, ni predicen mi futuro; sólo me previenen para no llegar tarde a un trabajo menospreciado e impagado. Pero como decía Lucho Gatica “reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer…”.

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