El turismo y el AVE
Vino el AVE y pasó de Villena. Esa es la sensación que nos queda pasado el prudencial tiempo desde la inauguración de la estación, entre el furor de los vítores y los aplausos. Todo el mundo deseaba que tuviese una parada en nuestra ciudad, pero fue descartada la vía del soterramiento en el casco urbano por considerarla la alternativa más inviable y porque a nadie le recogen en la puerta de su casa. Ignoro si no fue posible porque se agotaron todas las posibilidades o porque fue la elección más apropiada para un trazado menos comprometido y más convencional, atravesando, como una aguja cirujana, nuestro término municipal.
Sólo sé que la citada Estación está a 5 ó 6 kilómetros de nuestra población y que el Consell ha desestimado, de momento, mejorar los viales de acceso porque el número de usuarios es bastante menor que el que anunciaban las más optimistas previsiones. No solamente las veredas que llevan al lugar, también han desaprobado, por motivos económicos, el servicio de lanzaderas para transportar a los clientes. Parece claro que los pasajeros que cogen el AVE son transeúntes ocasionales que van de paso, no huéspedes de los encantos de nuestra villa.
Las pregoneras voces que exaltaban un incremento turístico para Villena quedaron como ecos en el desierto, pues es evidente que desplazarse de la ciudad a zonas rurales y alejadas para alcanzar un tren requiere un vehículo de transporte particular, cierta urgencia y máxima puntualidad. Para nada es ya necesaria una prolongada parada, un placentero paseo, un recorrido sin prisas por la ciudad, degustar la gastronomía local o abastecerse en el excelente y variado comercio de nuestras calles. El que coge el AVE va a cogerlo y poco o nada le importa de nuestra historia, nuestras venturas o desventuras, nuestro pasado o nuestro futuro. Llevan al pasajero y lo recogerán a su vuelta, si es que vuelve. Ni más ni menos.
Por eso deberíamos separar y superar, de una vez por todas, la relación AVE-Turismo. El futuro turístico de Villena es independiente del número de ciudadanos que vayan o vengan de la retirada estación, siendo necesario descartar el mencionado apeadero como motor o promotor de nuestra evolución turística. De modo que lo que pase con el turismo o deje de pasar es un problema que hay que enfocar y resolver desde otra perspectiva, más allá de lo que aporte un tren.
A los visitantes no hay que esperarlos, hay que buscarlos. No se puede depender de un golpe de suerte para que Villena sea receptora de excursionistas por la vía del ferrocarril. No podemos olvidar que, excepto el Hotel Salvadora, que tan bien regenta el incombustible y reivindicativo amigo Paco, nada más queda por ofertar para huéspedes de una noche, limitándonos tanto el déficit de plazas hoteleras que los milagros turísticos habrá que explorarlos en otros ámbitos, como en la oferta de visitas, programadas y guiadas, de visitantes, principalmente provenientes del litoral mediterráneo.
Lo dijo hace años Primitivo Gil Saúco y reivindico sus intenciones. Villena necesita buscar al cliente, peinar la costa, recorrer el mercado, contactar con las cadenas hoteleras y negociar con las Agencias de Viajes. Ofertar a empresas un turismo de interior sugerente y económico que resulte irrechazable y de forma estable y permanente, tentando a la potencial clientela. Autocares que transporten a turistas, saturados de sol y playa en verano y curiosos de adentrarse a rincones en estaciones otoñales o invernales. Lo tenemos casi todo: itinerarios históricos y monumentales, visitas a empresas del calzado o a las cooperativas vinícolas, aceiteras y hortícolas, recuperación de las rutas del vino o de la tapa en un encadenamiento de citas en locales gastronómicos ya convenidos y un recorrido por comercios que se sumen al proyecto turístico.
Planificación pública, implicación privada. Si no salimos a vender nuestro producto nadie nos regalará nada.