Fuego de virutas

En las últimas

Aprovechando el día de difuntos trajimos lo de la última voluntad de doña Soledad Hernández Rodríguez, la señora que pidió que en su muerte se publicara una esquela en un diario de tirada nacional redactada para perdonar a quienes, familiares próximos, no le habían atendido como ella creyó que le debían atender. La ocurrencia tuvo mucho eco mediático. Para recordación y descanso de la difunta.

En el caso de tener oportunidad, lo que pueda ocurrírsenos a las puertas de la muerte –o atisbándola– quién lo sabe. Conozco quienes tienen dispuesto el epitafio. También, quienes tienen su sepultura determinada con el nombre grabado y fecha de nacimiento como comprobé en un cementerio de la Vega Baja. ¿Extravagancias?... Jesús Marchamalo en un documentado artículo titulado "Los escritores del abismo" (ABC Cultural, 17.08.2002) –documentado artículo al margen de que dice Sommesville por Somesville y equivoca tanto el año de nacimiento de Yourcenar, escribiendo 1902 por 1903, como la fecha de su muerte, diciendo 19 de enero de 1987 por 17 de diciembre cuando el diecinueve de enero de 1987 murió Gerald Brenan, a quien también cita en el escrito– nos contaba que Marguerite Yourcenar, paseando con una joven por el cementerio de Somesville le mostró una lápida donde aparecía su nombre, fecha de nacimiento y las dos primeras cifras del año de su muerte "19...". Evidenciando que no pensaba vivir más de noventa y seis años –vivió ochenta y cuatro– y confesando a su acompañante que le tranquilizaba visitar el lugar donde sería enterrada. Pero hay quien aún va a más. Al poco de instalarme en Orihuela, en una población vecina, conocí a un hombre que dormía en su ataúd.

De los momentos finales me impresionó la imagen con la que Miloš Forman consume los últimos días de Mozart en "Amadeus" postrándonoslo cadavérico en la cama y componiendo el "Réquiem". Escena conmovedora al margen de que históricamente no fuera Salieri el que copiaba al dictado musical, como aparece en la película, sino Franz Xaver Süssmayr, discípulo de Mozart. Una imagen que nos recuerda, menos patética y más sabrosa, la imagen que Schraemli recoge en su "Historia de la gastronomía" (Destino, 1982) al acordarse, entre los maestros del cucharón, del final de Antonio Carême. Cuenta el historiador que estando Carême enfermo –corría el 11 de enero de 1833– le visitó un amigo cocinero. Como obsequio, el amigo le había llevado un plato de albóndigas de lenguado. Al día siguiente el amigo volvió a visitar al enfermo, cuyo estado de salud había empeorado. No obstante la situación, Carême dijo a su colega: "Tus albondiguillas estaban excelentemente preparadas, pero mal sazonadas. Tampoco la salsa bien ligada. Mira, la próxima vez deberías..." Carême murió en ese instante. Queriendo demostrar con las manos el movimiento que precisaba el cazo para obtener una buena salsa. Genio y figura...

En relación con las últimas voluntades, en una vieja revista de actualidad y cultura, "Alameda", en el número de enero de 1965, en la sección "Desván de anécdotas", se recoge una referida por Anouilh. Decía así: "Un notario de provincias era extraordinariamente aficionado al teatro y quería, a toda costa, llegar a ser actor. Desgraciadamente no tenía ninguna aptitud y la única vez que, por fin, consiguió aparecer en escena con una compañía de aficionados, desencadenó tal pateo que fue preciso suspender la función. Desesperado, el notario murió del berrinche a los pocos días. Cuando se abrió el testamento dejaba su cráneo a la compañía de aficionados para que representasen 'Hamlet'".

To be or no to be... Fue la voluntad de poder ser lo que en vida se había frustrado ser.

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