Es la ciudad, estúpido (II)
Escribía la última vez que nos encontramos en esta Vida de Perros, entre tantas cosas, que quizás en Villena deberíamos comenzar a repensar nuestra ciudad, la ciudad. Y quizás aunque no del todo equivocado no anduve en el término correcto, repensar, vamos. Algo que ha suscitado algunos malentendidos y algunas conversaciones nada anecdóticas y no por ello menos divertidas. La conclusión a la que me acerca esta reflexión mantenida hasta esta ¿penúltima? entrega, así como el intercambio de informaciones y opiniones recogidas, es que más que repensar la ciudad lo que habría que hacer es pensarla.
Al contrario de lo que ocurre con servicios municipales como el agua, las basuras y demás, donde a mi entender el término correcto sería remunicipalizar: devolver al municipio su control, su gestión, la autoridad que ya tuvo en dichas materias: haciéndose cargo de su correcto funcionamiento, de su adecuación a las necesidades de la población, de la contratación de personal, de unos salarios justos, de la inversión en el mismo servicio del margen de beneficio que hoy recoge una empresa concesionaria. Digo, remunicipalizar en contra del termino municipalizar, que casi parece indicar una usurpación de la responsabilidad a las empresas contratada. En el caso de la planificación creo que sería más adecuada la idea de Pensar la ciudad en lugar de la opción de Repensar la ciudad. ¿Por qué? No porque no se haya pensado anteriormente en una configuración urbana, municipal, sino porque ese pensamiento ha estado condicionado por importantes circunstancias que imposibilitaban ciertos pensamientos. E igual que con esto quiero referirme a los importantes avances tecnológicos que se incorporan día a día a nuestras vidas, también hablo del problema de las vías del tren, de la ciudad constreñida.
No es materia para tomar a la ligera, ni en cuanto a los grandes esfuerzos que los distintos gobiernos municipales han realizado agotando de punta a punta todos los despachos pertinentes, ni en cuanto a la repercusión que cualquier modificación respecto a la situación de las vías que cruzan la ciudad hubiera supuesto en cuanto a su desarrollo. Mientras tanto, en una larguísima pausa, sufrimos por ejemplo los graves problemas que provoca la lluvia en la parte baja de la ciudad, agua retenida por unas vías que ni se entierran ni se alejan. Vías que tras la construcción de la línea de Alta Velocidad, que tras el estado en que la crisis y la corrupción han dejado las arcas autonómicas y nacionales, que tras las negativas desde todos los niveles administrativos para ayudar a sufragar cualquier solución, deben dejar de condicionar las abstracciones acerca del sentido (direccional) del crecimiento de nuestra ciudad.
Ahora, libres al menos, aunque no alegres, debe llevarnos a una planificación urbana más centrada en nuestra realidad: un tráfico asfixiado cuyas calles adyacentes convertidas en laberintos son incapaces de aliviar; unos barrios descuidados: cuya urbanización es vieja y obsoleta, que carecen de zonas verdes, espacios emblemáticos y cuentan con escasos servicios (y no hablo únicamente de los barrios más desfavorecidos, que también, en los que se piensa únicamente en los momentos límite, sin pensar y hacer ver, sentir, disfrutar, como unas zonas más de nuestra ciudad). Por eso pensar nuestra ciudad es una obligación. E insisto en que iniciativas como el Foro Económico y Social, como cualquier otro foro, asociación, demuestran que esa forma de pensar la ciudad debe ser compartida, debatida y consensuada. Porque es el lugar donde vivimos: donde criamos, donde nos socializamos, el lugar que legamos.