De recuerdos y lunas

Eternamente, Pablo

Si alguna vez... Si alguna vez por eso de los sueños y la magia pudiéramos tener la voz de los cantautores, esa voz que tantas veces quisimos imitar para cantar enamorados al amor y dolidos contra la injusticia, cantaríamos enamorados al amor y dolidos contra la injusticia. Y entre las voces que nos gustaría ser aprovechando sueños y magia, nos gustaría ser voz de Pablo Milanés, voz que es instrumento de voz, voz que seduce con su alma de sol, nacida en los salitres y azúcares caribeños y sazonada por el mundo sin frontera de las ternuras. Voz que es cálida voz del Hombre. Voz bendita, bendita melodía de afectos.

En el Teatro Circo de Orihuela, Pablo Milanés nos trajo en primera hornada su "Regalo" que son canciones más recientes con el sabor de las de siempre, con las esperanzas de siempre. Si bien, muy impregnadas éstas últimas de nostalgia. Canciones donde la vida parece ser contemplada, toda ya, como pasado satisfecho por la esencia de la vida: "Tengo la nostalgia del ayer. / Pienso sólo en el amanecer / que valió la pena saludar un día / y hacerte reír."

La voz fue la voz que amamos y no podemos poner peros a una voz ya inmortal. La música también estuvo bien, acaso pecó en algún momento de los excesos virtuosos de Miguel Núñez, director musical de la cosa y teclista. Aunque más que demasiado envoltorio de notas puede que, causa de lo negativo, fuera un volumen desequilibrado, excesivo especialmente en los teclados, que catapultaba la virtuosidad haciéndola demasiado empalagosa en algunos pasajes que hubieran querido menos nube, menos almíbar o quizás menos efusión. En algún momento, lo que oíamos de Núñez, cultivado en la maquinaria musical cubana popular, nos pareció ser son de la percusión de un viejo piano de pared que abandonado en una casa criolla abandonada tiene oxidadas las cuerdas y al que a algún martillo de alguna tecla le falta esa almohadilla que amortigua el sonido y así percute madera sobre alambre sin intermediarios, con la estridencia con la que un niño aporrea un xilófono con una llave inglesa. Un piano tocado con mucha intensidad como si lo exigiera –que no– la dureza de un teclado rígido por las humedades tropicales y cuerdas que enrobinadas se han tensado en exceso.

Un piano más piano, más suave, hubiera sido mejor; hubiera sido perfección como la conseguida en canciones como la dedicada al Camino de Santiago, ruta bellamente comprendida por Milanés al ver con respeto cualquier motivación que mueva a hacerla, ese respeto que poseen los que han escalado los entresijos del espíritu humano más puro bebiendo sorbo a sorbo el amor fundamento. En ésta de Santiago –titulada "El largo camino de Santiago"– o en "Despertar", donde los músicos se lucieron con gozo jugando a ser orquesta. En este buen hacer musical juega importante papel Dagoberto González que crece con el violín y que nos llenó el alma en canciones como "El breve espacio en que no estás" o "Yolanda". Aquí mucha emoción de recuerdos.

El colofón, tras otro bis, lo puso con "Yo pisaré las calles nuevamente", canción que teniendo un contexto muy preciso en el tiempo y en el espacio, ya es canción universal que vale como homenaje a todos los ausentes y a todas las luchas de liberación de las patrias dominadas por aquellos asesinos que sólo las quieren para expoliarlas, canción escrita desde la esperanza que anhela el que más pronto que tarde se abran las grandes alamedas del mundo para que pasen los hombres libres a construir una sociedad mejor. Que buena falta nos hace.

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