El Diván de Juan José Torres

¿Euro-respiración?

Antes lo aplicaron en Cataluña, quizás porque al tener fama sus ciudadanos de agarraos sean más pioneros a la hora de inventar las cosas, pero ahora toca Madrid, cuyo gobierno ha decidido cobrar un euro por receta. Estas cosas no son noticias sin importancia y menos cuando la capital de España, por su cuenta y riesgo, genera un efecto dominó en las demás geografías españolas. Así el Consejero de Sanidad madrileño, Javier Fernández Lasquetty, afirma que “la implantación del euro por receta, la externalización de los servicios sanitarios de seis hospitales o las consultas por la tarde no supondrán el fin de la sanidad pública madrileña”.
Habría que recordar al consejero, en este país, ha sido universal, gratuita y de calidad. A partir de ahora ya no será universal, deja de ser gratuita y la calidad queda en entredicho, pues la externalización de los servicios supone la privatización de la gestión y a nadie se le escapa que el encarecimiento de una prestación con objetivos economicistas no va acompañado de un mejor servicio. Es verdad que se justifica el mandatario comentando que: “estarán exentos los parados de larga duración que no perciben subsidio, los enfermos crónicos, los perceptores de pensiones no contributivas y de rentas de integración social, los afectados de síndrome tóxico, los discapacitados y las personas con tratamientos derivados de accidentes de trabajo y enfermedad profesional”.

Me parece muy bien, pero yo pertenezco a esa generación casi perdida de personas todavía activas, que no estamos discapacitadas, que aún no estamos en el paro, que no hemos estado enfermos, que nos hemos librado de accidentes laborales y que como somos españoles con papeles hemos pagado por todo y para todos; sin recibir bonificaciones por nada, sin ayudas por no tener familia numerosa, sin subvenciones de ningún tipo y pagando como vivienda libre pisos de 90 metros de protección oficial, huérfanos de becas para nuestros hijos por tener los cónyuges una nómina, pagándonos el transporte por no disponer ni de carné joven, ni de minusválido, ni de pensionista; y que para cogernos unos días de vacaciones no nos aceptan en albergues juveniles ni en los viajes del Inserso, pagando religiosamente al fisco, al ayuntamiento, el IVA, el IBI y lo que se ponga por delante.

Encima somos tan discretos y elegantes que no señalamos a los que, haciendo gala de la picaresca, se convierten en mártires, enfermos de la muerte, incapacitados o pobres de pacotilla porque nos llaman insolidarios; y no denunciamos a los que defraudan delante de nuestras narices porque nos pegan una hostia y además te denuncian por falso testimonio.

Pertenezco a esa generación abnegada, callada, que trabaja para un país en crisis que han puesto patas arriba gentuza que está en la calle y si alguien va a la cárcel aún los tenemos que mantener. Si protestamos somos egoístas y si nos callamos somos tontos. Trabajamos para sobrevivir, pagamos por obligación y nos ponemos una cremallera en la boca por vergüenza ajena. Nos han exigido sacrificios, nos han privado de muchas cosas y cuando llegue ese merecido descanso de la jubilación nos encontraremos las ventanillas cerradas porque el sistema ya es insostenible y nos dirán: “lo sentimos, agradecemos su esfuerzo pero llegaron tarde. Ya no hay pasta para la vejez”. Y entonces iremos al banco a sacar nuestros ahorrillos y nos dirán: “lo sentimos. Solamente les podemos reintegrar un 10% hasta nueva orden. Además parece que viene un corralito”.

Entonces maldeciremos a más de uno y nos acordaremos en más de una madre. Y añoraremos no haber sido mancos, cojos, tuertos o idiotas. Sí, nos dicen que euro por receta es una frivolidad y sin darme cuenta pienso que mañana nos pedirán un euro por respirar treinta veces por minuto.

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