Ex libris taurinos
La Real Academia Española define como ex libris a la etiqueta o sello grabado que se estampa en el reverso de la tapa de los libros, donde consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que el libro pertenece. Hablando de tauromaquia, tal y como estamos hablando, el ex libris sería como el hierro que identifica a cada bibliófilo taurino.
Decía Gregorio Marañón que la biblioteca de cada uno es algo así como las huellas dactilares de su espíritu, sus señas de identidad. Cuando a lo largo de los siglos se fue popularizando la lectura y posesión de libros, también sucedió lo mismo con los ex libris.
A la mano tengo a mi amigo Mateo Marco, sobre el que he escrito en muchas ocasiones y al que he tenido que referirme otras tantas. Mateo me hablaba de su biblioteca mientras estábamos sentados en una terraza de la alicantina calle Castaños poco antes de ir a los toros. Dos buenos gin-tonics que hacían más agradable la descripción de sus volúmenes fueron lo último bueno de la tarde, porque la corrida fue un petardo.
Mi biblioteca es mucho más modesta en líneas generales y todavía resulta más escasa si nos referimos a literatura taurina, porque no abunda la de calidad. En el altar de mi librería está El Cossío, que tantas veces hemos traído y llevado. Es una obra de consulta imprescindible para comprender el mundo taurino, comparable al vademécum del médico o el evangelio del cristiano. De aquí en adelante y sin seguir criterio de ordenamiento alguno puedo recomendarles: Sangre y arena, de Vicente Blasco Ibáñez; Los clarines del miedo, de Ángel Mª de Lera; Juncal, de Jaime de Armiñán; Marcial Lalanda, de Andrés Amorós; Fiesta y Muerte en la tarde, ambas de Ernest Hemingway; El traje de luces, de Luis de Lezama y Premio Literario Fundación Joselito en 2001; El matador, de Barnaby Conrad y Las águilas, de José López Pinillos Parmeno, ambos están en mi casa por gentileza de Mateo que dio en el blanco. A ellos ya me referí de modo monográfico en una columna anterior pues se trata de un par de obras sui generis. Retomo el hilo; Curro Romero. La esencia, de Antonio Burgos; Estética y plástica del toreo, de José Ramón Gómez Nazábal fue Premio Miguel de Unamuno y además recibió el accésit del Gobierno Vasco en 1988; Plazas de Toros de España, de Francisco López Izquierdo; La lidia, de Julio Olmedo Álvarez; Manolete, torero para olvidar una guerra, de Juan Soto Viñolo, que es un relato impresionante sobre la vida, la tauromaquia y la muerte del monstruo cordobés. El libro finaliza con la afirmación de que a Manolete no lo mató un toro. Tremendo. Y nada más entre lo destacable de mis estanterías.
Pendiente de su publicación se encuentra La Fiesta de los Toros en Villena de César López Hurtado, otro autor fuera de serie que también es mi amigo y ha escrito una obra cumbre sobre los toros en Villena.