Vida de perros

Falsos amigos

A un golpe otro golpe. A una duda otro día. Moliendo se rompe la roca. El sudor hace vida. Parar, pensar, provoca esa gruesa melancolía. No perder el enfoque esperando el tranvía mirando volar a esa mosca de la monotonía. Repensar cada cosa y no creer a quien te guía.
Les sitúo: es miércoles noche, hace unas horas que recibí en el móvil el temido sms del Sire: “Habemus columna?”, al que jamás acostumbro a responder (la situación me recuerda los consejos que en aquella película daban a los dos jóvenes: “es luna llena, por nada del mundo debéis apartaros de la carretera…”). Todavía no puedo asegurar que los prusianos han vencido a los otomanos, pero todo apunta a que ese es el resultado y ese el equipo clasificado para jugar la final de la Eurocopa. Ayer jugó España –observen queridas personas mi handicap al hablarles desde el pasado y replantéense sus escritos al juez o lo escrito en sus testamentos–. Ayer jugó España, e imagino que pese a las opiniones de Carlos Herrera o de Urkullu, ya nos vemos camino de la final.

Inmersos en el apasionado orgasmo futbolístico olvidamos el drama de Alonso y el empeño de Nadal. Para que luego digan que no sólo importa el balón… Incluso algunas de las más lúcidas mentes de nuestro país han concluido que nuestro presidente se ha lanzado a hablar de la situación de nuestra economía aprovechando el cobijo que los triunfos futboleros han insuflado en el ánimo nacional. ¡Ay! Geniales cerebros desaprovechados en tales dilucidaciones, portentosas inteligencias amagadas en la pereza de la crítica vulgar aún sabiéndose capaces de afrontar el camino que aporta soluciones creativas e insospechadas. Tal vez sus “medios”, sus contratistas, se interesen más por la inmediatez de resultados de sus incisivos que por la metódica tarea de sus molares. Pobres grandes mentes.

La Crisis. En mi caso, tal vez en el de nuestra ciudad (tomando como referencia la afluencia de clientela en los más de 300 bares y/o restaurantes de los que gozamos) no parece que haya llegado todavía, de un modo notorio, la renombrada crisis. Aunque les citaré un ejemplo que puede contradecir tal idea: el pasado sábado fuimos a uno de los bares de nuestra Villena. Éramos una pandilla similar a los ángeles del infierno: más de dieciocho ruedas (tres carritos y siete adultos); en la barra pedimos comida para llevar, y entre tanto tomamos unas cañas ajenos al gol que Rusia –ese “equipo de amigos”¬– había endosado a Holanda. La sorpresa, indicio tal vez de crisis, la recibimos una vez que llegamos al ático de V. y E. y desenvolvimos la manduca: el cliché de no sé qué y no sé cuántos con setas sólo contenía champiñones. Pero aún peor: los montaditos de catalana los habían resuelto con jamón de York. La circunstancia, lejos del primer ataque de indignación, me hizo pensar en la crisis, me arrastró a recordar a mis abuelos, a sus recontadas penurias sobre la posguerra… La compañía en tal cena, pueden imaginar, apenas me dejó persistir en tales melancolías, y en un tris me hicieron retomar el arrebatado estado anterior. La realidad, lejos de la metafísica, proporciona mayores resultados, más rápidos, más contundentes. La metafísica, lejos de la realidad, proporciona mayor sentimiento de realidad, de realidad global, de realidad histórica, de consecuencia, aunque la mayoría de las veces se aleje de un hecho en sí para conducirnos hacia el irresoluble camino del por qué, del para qué; camino que nos hace personas, camino que al hacernos persona nos separa de los animales, nos separa de los seres sociales.

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