Feliz fin de semana
Deseo que llegue pronto el domingo, y que sean las nueve de la noche, mi esposa y yo acabamos de sentarnos en el sofá para recuperar el aliento antes de prepararnos la cena. Menos mal que el fin de semana se ha terminado y que mañana será otra vez lunes y nos iremos a trabajar, donde podremos descansar y recuperar fuerzas para el próximo fin de semana.
El viernes por la tarde es posiblemente el rato de la semana que más sentido da a la vida. El espacio que va desde que acaba el trabajo hasta que me acuesto, suponen unas horas de paz que no se pueden hallar en otro momento de la semana. A los hijos hay que explicárselo adecuadamente para que sepan valorar tanto la importancia de la devoción como la de la obligación. Si no gozásemos de una dura semana en el colegio y en el trabajo no podríamos disfrutar del fin de semana, ¿Lo entiendes, hijo mío? El pequeño asiente y lo empaqueto repasando con él la agenda de actividades para el sábado. Tras una ligera cena en la mejor compañía, es muy grato disfrutar de las excelentes y saludables propiedades del whisky de malta, ese que lleva un ciervo. Con este gesto pretendo romper con la rutina de todos los días. Aprovecho además para leer el EPDV y saborearlo con olor a tinta fresca, que es como mejor saben las ediciones antes llamadas de prensa. Con la cubitera y la simpar compañía puede suceder que sobrevenga la madrugada sin darse uno cuenta y rayando el sol reaparece mi hijo recitando toda la retahíla de juegos que le prometí para que se durmiera pronto. Como de momento mi hija no camina me temo que lo peor está por llegar.
Él no para de hablar durante el paseo hasta la churrería. Cuando volvemos a casa con la bolsa caliente toca preparar la lista de la compra. Luego a colocarlo todo y dar una vuelta antes de comer. A la hora de la siesta jugamos a las luchas entre Boabdil y Fernando, que hasta una mágica noche en el parador de la Alhambra tiene daños colaterales si hay niños de por medio. Después otra vueltecilla para que se nos refresquen las ideas. Como cualquier matrimonio, paseamos tras un carro de bebé y rodeados por un bicho que algunos piensan que son dos, de tanto que se mueve. De vuelta a casa comenzamos con los baños, meriendas, cuentos y Jesusito de mi vida porque el domingo también amanecerá pronto para irnos a pasar el día en el campo.
Allí me encuentro con un amable lector que me detalla en qué lugar de la casa se sienta para leer mis columnas, lo cual me llena de gozo. Por el campo, por el monte, por el barro y por los ribazos pasamos la tarde. Estos bambinos no se cansan nunca. Menos mal que pronto se hace de noche y volvemos a casa donde tenemos todo listo para finalizar el brutal fin de semana y donde disponemos todo lo que hará falta para comenzar el lunes. Cada uno tira por un lado a recoger chismes, bañar niños, dar meriendas, planchar, preparar la cena, dar muchos últimos retoques y con el suspiro final reencontrarnos en el sofá, a tomarnos las pulsaciones. El lunes tomaré bien temprano el tren de Madrid, donde me estabilizaré, disfrutaré de una relajante reunión y al caer la tarde aprovecharé el viaje de regreso para leer un libro que me han recomendado sobre las andanzas de una joven gloria de la democracia y hoy doctor horroris causa llamado Santiago Carrillo. Ya les contaré.