Fraudulento debate
Si quieren que les diga la verdad el Debate de la Nación no me gustó en absoluto. No es que esperara otra cosa pero, conforme está el país, uno aún tiene la esperanza de que los grandes pesos pesados hagan el mea culpa y no se tiren a las yugulares respectivas, sino que recapaciten para no repetir los errores que, entre unos y otros, nos han llevado al precipicio. Parecían Rajoy y Rubalcaba dos escolares en un ataque de ira, enrocándose los dos y no saliendo del discurso de la herencia recibida por unos y lo mal que lo hacen los otros. A estas alturas estamos ya cansados de escuchar la infantil retahíla sobre la corrupción y vosotros más, o respecto al paro y ustedes peor.
Los dos líderes deberían avergonzarse porque el de la oposición, siendo vicepresidente del Gobierno, no interpuso aire fresco a ZP cuando el barco iba a la deriva; en tanto don Mariano ha modificado, de arriba abajo, el programa electoral que le hizo victorioso. Aquí no hay medias tintas y no está el Presidente legitimado para decir que no ha podido cumplir con su programa pero sí con su deber, porque su deber no es mentir y, si no puede cumplir el programa que tanto defendió, reconozca el despropósito o váyase a casa. No vale con afirmar que cumple con su deber porque su obligación es cumplir con lo que públicamente prometió. Nada más y nada menos, ya que lo que nos hemos encontrado año y medio después es una auténtica adulteración.
Tampoco es de recibo que Rajoy asegure que ya tenemos un futuro y el año pasado no lo teníamos. Seis millones de parados, servicios universales y gratuitos en bancarrota, sin crédito para la reactivación, producción escasa y sin posibilidades de consumo son suficientes argumentos para negar que tenemos futuro. Con los dos partidos principales salpicados por la sombra de la corrupción e incapaces de encontrar alternativas, poco futuro hay. Ninguno de los dos ha dicho que son reos de los caprichos del mercado y que España es esclava de las especulaciones financieras.
Lo único revelador es la afirmación de la Comisión Europea de que el déficit público de nuestro país superó el 10,2% en 2012 con las ayudas a la banca, que ascendieron a 40.000 millones de euros. De momento, para este año los cálculos gubernamentales inciden en una deuda del 6,7% pero Bruselas afirma que será del 7,2%, asegurando que la deuda ascenderá al 100% del PIB en 2014, desmantelando así las previsiones del gobierno. Los dos líderes podrán hacer cuantos malabarismos quieran, pero la verdad es que somos marionetas de hábiles especuladores y eso ni lo ha dicho uno ni lo ha confesado el otro. Ahora que está de moda la transparencia no estaría de más que, aparte de hacer públicos sus ingresos y bienes, digan que la deuda la reinventan todos los días unos mercados que invierten en la Bolsa y que, para ganar más, obligan a los Estados a aplicar ajustes salariales y radicales recortes. Sabiendo esto los dos dirigentes, no sé todavía por qué lo silenciaron a los parlamentarios y, sobre todo, a los ciudadanos.
Rafael Correa, relegido presidente de Ecuador por tercera vez, no exento de polémica por su política exterior y por presuntos casos de corrupción, hizo una jugada maestra en legislaturas pasadas. Comprobó que la deuda externa de su país tardaría siglos en pagarla por los elevados intereses, anunció en una comparecencia la insolvencia de su Estado y que no cancelarían la deuda, los mercados se asustaron, la Bolsa cayó en picado y se devaluó la moneda y, cuando la deuda pública no valía un carajo para los bancos y grandes compañías, la compró. De un plumazo pagó a sus propios especuladores. España no es Ecuador, pero la dignidad de los ciudadanos es más importante que mil deudas.