Hola mi amor, yo soy tu lobby
Y ya ha pasado otra semana, mis queridas personas, y aunque en esta ocasión adivinemos el paso de los días por medio del acercamiento a la Gran Cita Electoral en lugar de tomar la medida con las fiestas pascueras, los días pasan, y esta magnífica ingeniería que es nuestro cuerpo atufa un poco más en su irremisible camino hacia el agujero final.
El infierno no sólo existe sino que no está vacío. Y no lo digo yo. Jamás contradeciría al bueno de Juan Pablo. Digo más: nunca pondría la mano en el fuego si el debate se sostiene bajo premisas metafísicas. Ventajas del agnosticismo. Pero Joseph sí lo hace. Y si el currículum personal concede alguna autoridad en tales lides, debemos reconocer que Ratzinger aventaja a Wojtyla en la materia. No se trata del número que complementa tu nombre (2 frente a 16, ya ven) sino en lo que cada persona haya sido instruida bien por propia iniciativa, bien por interés de quien nos da de comer. El caso es que el infierno no está vacío, luego existe, luego habrá quien acabe allá sus días, luego habrá ciertos protocolos para evitar tal hospedaje.
El modo tradicional utilizado para evitar el trasbordo hacia abajo ha sido desde los principios la adquisición de una bula. Para lograr tal, digamos objeto, era necesario diré billetes para no aburrirles. Dinero, propiedades, favores, que la Cancillería Apostólica acumuló para sobrellevar los gastos producidos por su asociación. Este proceso viene traído al trapo con un sentido, no crean que ya voy perdiendo la cabeza. Lo que vengo a plantear es una fantasiosa especulación sobre la pronunciación papal acerca del infierno perdido: Si el infierno vuelve a existir, la absolución vuelve a tener sentido, por lo que la vía de financiación que presenta la venta de bulas vuelve a estar abierta, luego la Iglesia, sobre todo la española, podría llegar a despreciar (permítanme que me ría) la aportación estatal (algo que cada vez más almas deseamos), produciendo un escenario en el que su opinión e influencia en materia política no estaría supeditada a la posible pero incomprensiblemente ausente manipulación o presión del Gobierno de turno. La Iglesia libre de la dependencia económica con el Estado sería al fin un lobby libre de prejuicios.
Ajustemos el mismo planteamiento al colectivo de artistas. Lobby por asociación de profesionales, por respeto mayoritario a las opiniones vertidas en sus obras o por su influencia carismática en la opinión pública. Pongamos SGAE (o parte si quieren) donde ponemos Iglesia, pongamos Canon donde ponemos subvención... Un pensamiento maquiavélico, dirán ustedes. Sí, les contesto, aunque más maquiavélico le parece al que escribe situar un colectivo de artistas en el mismo estadio donde se encuentra la asociación religiosa con mayor carga histórica y mayor número de asociados y asociadas. Si esto fuera comparable, pelo a pelo, nos encontraríamos en un punto endiabladamente optimista por cuanto significa socialmente.
Quedan pendientes puntos de extrema importancia en todo el asunto de los lobbies. Tan importantes que cualquiera podría pensar que vivo en la inopia. Quedan pendientes los lobbies económicos, esos a los que ZP podría pretender atacar mediante mayores medidas impositivas, por ejemplo. Medidas que deben llevar a pensar a quienes vivimos las calles en dónde repercutirán los nuevos impuestos soportados por las entidades bancarias. ¿Los pagarán ellas? No lo sé, sólo sé que a Botín no le tiembla la voz pese al supuesto. En cualquier caso parece que ahí, en el sector económico, es donde se encuentra el verdadero grupo de presión: atento, silencioso, puntual, constante
con la falsa modestia de quien se sabe ganador pese a que después del 9M vengan cejas o barbas.